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miércoles, 17 de octubre de 2012

Con vida propia



Que mi pelo es un tema que muchas veces me tiene en vilo no es novedad; lo sabemos. Están las ya no tan incipientes canas, los rulos rebeldes reducidos gracias al alisado definitivo, la elección del corte – recto o desmechado en capas - y, ahora, le sumamos el flequillo.
¡El flequillo! Sin este desdichado marco, mi cara se ve vacía, insulsa. Como buena virginiana responsable y perfeccionista, no sólo consulto regularmente a mi asesor de belleza, sino que intento que éste haga de mi flequillo un ídem digno. No dejo nada librado al azar: peregrino hasta el salón de belleza con frío, lluvia, sol o cansancio; investigo en revistas las tendencias en cortes; adecúo lo que me gusta a mi fisonomía, mi estilo de vida y la composición de mi cabellera.  Aunque una amiga del trabajo me ha ofrecido evitarme el trámite y cortármelo en el baño del Banco con una tijerita Maped, de esas que usan en salita roja, fiel a mis convicciones me negué rotundamente.
Hasta que en julio, en plena vorágine laboral, sin haberme tomado vacaciones, mi madre decidió volver a la infancia y comportarse como una niña. Conclusión: cuatro días internada y una seguidilla de estudios y consultas médicas. Entre todo ese trajín, ahí estuve yo yendo y viniendo, haciendo malabares con el trabajo y sus citas con especialistas varios, y mis propios asuntos personales. Tanto fue así que mi flequillo creció exponencialmente a medida que pasaban los días y yo no encontraba el momento para hacer algo al respecto.
Cabe aclarar que tengo una peluquería a escasa cuadra y media de casa, en dirección obligada a la vuelta del trabajo. Mi peluquero, tiene su salón a unas treinta cuadras. No es mucho, pero cuando el cansancio es grande, esa distancia parece gigantesca. Entonces dándole la espalda a mi principio de no meter tijera en donde no debo, cortarme el pelo un día de lluvia o de usar la tarjeta de débito sin descuento, inhalé profundo y entré en la peluquería de la otra cuadra de casa. La suerte estaba echada: si me gustaba cómo me cortaba, cambiaba de proveedor.
¿Qué les hace pensar que la vida es así de generosa? Si soy responsable, considerada, buena hija, paciente al extremo con mi madre (por lo menos por aquellos días; hoy podríamos evaluarlo). ¿Por qué debía salirme bien el asuntillo? El “dícese llamar peluquero” me desfiguró. Hizo de mi flequillo un asesinato serial de todos y cada uno de los cabellos que lo conforman. Pero esa supuesta decisión banal tuvo más consecuencias de las que pensaba: en el trabajo me repitieron por una semana entera “¿qué te hiciste? ¡Te mataste!”. “Si han de saberlo, no me maté: ¡pagué por esto y SIN DESCUENTO, chadetumadre!”, era mi más sutil respuesta; a MI peluquero, cuando me vio, casi le da un ACV; tengo el peor registro gráfico de mi flequillo los diez días que estuve de viaje (¿quién se toma fotos todos los días? Nadie a menos que estés de viaje; y yo lo estuve con esa masa amorfa con vida propia); y madre, gracias a mi paciencia, mi compasión y mi buena voluntad, fue a NUESTRO peluquero y se cortó y tiñó el pelo con Jose que la dejó “más lendaaa que nunca”, como diría Jorge Hané – el gurú internacional de la pérdida de peso.
Para ser totalmente honesta, cualquier razón por la cual me vea obligada a ir a la peluquería más de una vez cada dos meses me estresa, me preocupa. Por eso pospongo cubrir mis desfachatados cabellos blancos y por eso me hago el alisado y me lo hago sola con la ayuda de una amiga en casa cuándo y cómo quiero. Eso sí: nunca más confío mi pelo y, menos, mucho menos mi flequillo a cualquier tijera. ¡Nunca más! Aprendí la lección.

domingo, 5 de agosto de 2012

Postdata

Y al día siguiente me encontré con esta frase:



Ahora entiendo: no dejé de hacer terapia; cambió el abordaje simplemente.

Con toga y birrete…


…y al compás de la incomparable melodía de “Pompa y Circunstancia” de Edward Elgar, así fue cómo me sentí al salir la última vez que estuve en el consultorio de mi psicóloga; en mi última sesión de terapia. La analogía ilustra la sensación similar que se experimenta cuando nos entregan el diploma en la universidad.
Hace más de doce meses y  menos de veintisiete que venimos debatiendo si irme o no de alta. Ana, insistía que sí; yo me negaba. Finalmente, el 20 de julio decidí que ya estaba lista para irme. De todas maneras, prefiero pensar que culminé una etapa de aprendizaje como en la universidad y no que me dio el alta porque no seamos necios: la locura persistirá.
¿Por qué lo comparo con una colación de grado? Porque es difícil, porque a veces cuesta, porque – igual que cuando vamos a la universidad – no queremos pero es la única manera de conseguir el título sin el que no somos nada. Pero, principalmente, porque la felicidad que experimenté ese día fue casi igual a mi último final: difícil pero el diez valió el esfuerzo. Y en esa última sesión, Ana me puso un diez.
Sonrisas, abrazos y lágrimas (para mi sorpresa de ella también) de por medio, me fui sabiendo que:
1. es saludable y vital pedir ayuda.
2. todo se puede superar con tiempo y paciencia.
3. hacer terapia puede ser doloroso pero yo también me divertí a lo grande.
Gracias, Ana, por ser ese sostén de todos esos meses. Uno de estos viernes, paso y te hago reír con alguna de mis ocurrencias. ¡Seguro que los viernes ahora son un faso!

PD: Por si les da ganas de escucharla, acá les dejo el link a esta pieza inigualable:

lunes, 16 de julio de 2012

¿Son los astros o es simplemente lunes?


A veces realmente me pongo a pensar si la alineación de los astros influye en nuestras vidas. Hago un pausa en mi escrito y ya mismo presiono “Guardar como”… Como se viene planteando el día, la atrevida de la notebook se reinicia sin que nadie le dé ese comando y yo pierdo lo poco que tengo escrito. Pienso y re pienso si será verdad. Si no son los astros, ¿entonces qué?
Hoy es lunes ni 13, la yeta; ni 17, la desgracia. Sin embargo este lunes vino torcido. Debe ser el frío, o la humedad. No, seguro que Cristina. Sin más preámbulos, les describo mi primer día laboral de la semana.
Frío cojudo y yo tuve que ir a las 8.30 al trabajo a hacer algo que detesto hacer, pero fui con la mejor de las buenas voluntades. Le di vuelta la cara al despertador y a la almohada, me vestí y salí – increíblemente – quince minutos antes de lo pautado. Subte, asiento, guía de New York y resaltador en mano, y…línea D con demora. “¡Tranquila, Dolores! Estás sentada, tenés tiempo, tenés lectura”. Y llegué unos veinte minutos tarde a pesar de haber salido quince minutos antes.
Hago la tarea que odio con lo más profundo de mi ser y me preparo unos mates. ¿No les conté? Hoy empecé la dieta…para ponerle onda al lunes ¿qué mejor? En algún momento, me llamó mi prima al celular y nunca atendí porque no tenía el teléfono encima. Al rato llama mi hermana con la inmejorable noticia de que mi perra – que está al cuidado de nuestra octogenaria abuela – se había escapado. Para hacerla corta: un amigo del paseador le hizo una broma y “secuestró” a su perra y a Sasha, mi perrita, ya mayor y absolutamente ajena e inocente en toda esta situación, pero lo más acertado fue que llamó a mi abuela para decirle que la perra se había escapado. Chichita – con sus casi 87 años y en pleno ataque de nervios y angustia – telefoneó a mi prima quien salió al rescate del can. Después nos enteramos de que la perra no se había escapado y también nos enteramos de que el amigo del paseador no tiene ni una pizca de criterio.

Con calma y cintura, calmé a mi abuela, le rogué a mi prima que no degollara al bromista infradotado y al paseador le dije muchas gracias por los servicios prestados. El día continuó casi amenamente: hice todo lo que se me asignó, llegué a un acuerdo con mi coordinadora de cómo plantear mi crecimiento profesional, tomé mucha agua y mucho mate, fui mil veces a pillar y no comí ni golosinas, ni porquerías, ni harinas. Recuerden: hoy empecé la dieta.
Las tareas se siguieron sumando, me fui una hora más tarde – y así y todo me quedaron cosas para mañana – y decidí ir al gimnasio a las ocho de la noche; tenía mucho frío como para ir a caminar por Palermo. Y fui…a pesar de todo pronóstico, a pesar de que mi casa estaba calentita, a pesar de la fiacota que me agarró.
Y llegué y la clase comenzó tarde, pero la nota de color fue que no había pasado ni diez minutos que se cortó la luz. Ni en la manzana de enfrente, ni a la vuelta ni a una cuadra; en la misma cuadra del gimnasio. ¿Cómo debo tomar este mensaje? ¿Es un premio por mi buena voluntad de haber salido a esa hora con ese frío? ¿Es la recompensa por haberme puesto firme con la dieta un lunes con este frío endemoniado? ¿Es una prueba para medir mi temple por no haber asesinado a nadie, por haber mantenido la calma en una situación de estrés? No lo sé. Simplemente sé que es lunes, un poco enrevesado pero lo terminé sin estrangular a nadie, con buen humor y escribiendo. 

sábado, 7 de julio de 2012

Cultura General


Este post más que un momento de ocio dedicado a la escritura, es una nota mental personal, al tiempo que tiene la intención de ampliar la cultura general de mis lectores.
¿Qué sabemos de las diferentes religiones? ¿Cuáles son los conocimientos básicos que muchos de la GCU – gente como uno – tiene de ellas? Que los hindúes no comen carne de vaca por considerarla un animal sagrado, que los católicos debemos hacer un sacrificio durante Pascuas, que las musulmanas visten la hijab – “vestimenta que cubre el cuerpo en público” -  de modo que sólo las manos y la cara sean visibles, que los judíos no comen carne de cerdo y…que los judíos celebran el Sabbat: día sagrado de la semana judía que se observa desde el atardecer del viernes hasta la aparición de tres estrellas la noche del sábado.
Esto quiere decir que si planeo comer comida judía las chances de comprarla un viernes a las 20.30 es poco probable. Sí, así de limada ando: fui a comprar comida judía a un negocio de comida judía atendido por sus dueños judíos un viernes a las 20.30 hs.
Si se les llega a antojar este tipo de delicias, traten de que sea de lunes a jueves o de ir un viernes antes de las 5 de la tarde; en invierno un poquito antes ya que anochece temprano. Sano y práctico consejo.

Regla de la vida # 313


Hoy me arrogo el título de desconsiderada, poco empática, chota si así lo quieren, pero desde hace unos días tomé la firme determinación de no ceder el asiento en – principalmente – el subte hasta que no esté 100% segura de que la persona a quien se lo estoy por dar esté visiblemente impedida, parapléjica, o no esté por estallarle la barriga si estamos hablando de una embarazada.
Hace un tiempo, viví una situación muy vergonzosa en el bendito subte. No me sucedió a mí directamente; al vecino del asiento de al lado. Aún así, juro que creí morir de la vergüenza. Como suele ser costumbre en los viajes de vuelta, la cantidad de gente que iba a tomar el tren era mucha y todos estábamos ávidos por conseguir un asiento. Gracias a Lucifer, me pude acomodar y junto a mí, un señor. En algún momento, creo que fue en la primera estación subió una joven (edad indefinida: podía tener 25 como 38 y daba lo mismo). No la miré con detenimiento hasta que el pobre infeliz, falto de criterio que estaba a mi diestra le dice:

Él: “Sentate”.
Ella: “No, gracias. No estoy embarazada; estoy gorda”. (Con desdén)
Él: “Glup”

No sé qué habrá pensado este pobre infeliz pero si yo me quise matar él habrá querido hacer lo mismo y en cuotas. ¡Estaba azul como un arándano! Y ése fue un momento de inflexión en mi vida, casi una epifanía, y promulgué la regla de la vida # 313: únicamente   embarazo de término o deterioro físico visible serán motivos fehacientes para que ceda el asiento en cualquier tipo de transporte público. Si hay un pequeño, casi ínfimo porcentaje de duda, una panza capsiosa, edad indeterminada, edad avanzada pero en mejor estado que yo está decidido que la persona se quedará parada a menos que exprese abiertamente su condición y/o dolencia. 

miércoles, 20 de junio de 2012

Al servicio de la Comunidad


Sí, casi como la Policia Federal Argentina o PFA para los amigos, hoy siento la necesidad de dedicar este post a la comunidad, a mis fieles – casi todas ellas – seguidoras, a usted, Doña Rosa.
¿Quién alguna vez no habrá ensamblado un pionono con dulce de leche en el afán de querer simular haber cocinado un postre o algo rico para la hora del té sin esmerarse demasiado? Sí, ¡vamos! Todas alguna vez hicieron la típica “preparo algo rico pero ni loca me complico la existencia”. A veces da fiaca, lo sé.
A mí ayer me sucedió eso: vinieron amigas a cenar y quería hacer algo RRB – entiéndase como Rápido, Rico y Barato. Entonces acudí al nunca bien ponderado pionono con dulce de leche. Y aquí es donde hago mi aporte culinario.
En caso de no haber reparado en este peculiar detalle, el pionono cuenta con un lado opaco y migudo, y otro brillante y como más suavecito. Las reglas de la pastelería básica indican que ese lado más llamativo va hacia adentro, pero yo quise probar cómo quedaba con esa cara para afuera. De esa manera, el lado de la miga absorbería más dulce de leche y esa parte que no es tan seca le daría una cierta humedad.
Error, amigas, el lado brillante siempre hacia adentro porque de lo contrario el pionono se va rompiendo todo a lo largo a medida que lo vamos enrollando. Quedó exquisito a ver si me explico, pero ajado de pe a pa. No se sientan en la obligación de consolarme porque ¿cómo iba a saber que el orden de los factores altera el producto si no lo comprobaba en persona? Ya está: lo probé y no anduvo; pero tenía que experimentar.

viernes, 15 de junio de 2012

Escritora 2.0


Excelentes noticias, mi gente. He progresado: éste junto con tres temas más de posibles post los anoté en el celular. Estaba lejos del alcance de un anotador y de una lapicera pero con mi celular a mano.
Y así fue que tomé nota de las ideas en el block de notas de mi teléfono móvil. Cada día más pro, y cada día soy una escritora de esta nueva era.
¡IM-PRE-SIO-NAN-TE!

viernes, 1 de junio de 2012

El mejor piropo


¿Quién no ha recibido alguna vez un piropo? Hay varios: divertidos, cursis, guarangos. “Está más buena que comer pollo con la mano”, “que adelantada está la ciencia que hasta los bombones caminan”,  “ojalá fuera baldosa para verte toda la cosa”. Y así, páginas y páginas en internet.
El martes una amiga de mamá me dijo el mejor piropo que jamás me podrían haber dicho. Todo surgió a raíz de las nuevas medidas económicas implementadas en los últimos días: el famoso y nunca bien ponderado cepo al dólar. Intercambiando mensajes de texto sobre cómo diantes viajar a Estados Unidos porque, por si no estaban al tanto, Patacones y Lecops no aceptan los hermanos del norte, dije con toda tranquilidad: “voy a encontrar la manera de ir. ¡Como sea!”. Respuesta de Vicky Tomé: “me encanta tu optimismo”.
Gente, si me hubiese dicho “¿31? Parecés de 25” (a los casi 32, eso es todo un halago); “te ves essspléndida”; “pero si no tenés panza”; “yo no te veo celulitis. Tenés las nalgas de…” (completar la frase con el nombre del gatienzo predilecto), no me hubiese hecho tan feliz como con esa frase. Ni divertido, ni cursi, ni guarango. Simplemente una cuota extra de alegría. ¡Gracias y mil gracias!

jueves, 24 de mayo de 2012

Mejor en bici


Así como el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires hace un tiempo lanzó el programa Mejor en Bici – una práctica sustentable en la que se fomenta el uso de la bicicleta como transporte saludable, ecológico y rápido – yo opté por difundir mi propio proyecto: Subte del or...no me vas a arruinar el día.
¿En qué consiste esta iniciativa? Básicamente, en utilizar la bicicleta para ir y volver del trabajo, ir al club o a cualquier otro lugar sin que los contratiempos del tránsito, los paros de subte y los humores cambiantes – más cambiantes que embarazada primeriza - de los delegados de Metrovías entorpezcan mi rumbo.
Así pues, y como no me alcanzan mis ingresos mensuales para comprar y mantener un auto ni un sidecar, realicé una pequeña inversión y mandé a poner a punto mi vieja y querida bicla. De esta manera, procederé a utilizar lo menos posible los medios de transporte público al mismo tiempo que oxigeno mi cerebro antes y después de las jornadas laborales, y tonifico mis ya no tan tonificadas nalgas. Sin dudas, esto es una win-win situation.

PD: Prometo registro gráfico

miércoles, 16 de mayo de 2012

Dime dónde trabajas…


Corría el mes de marzo cuando una lumbalgia desfachatada me impidió ir a trabajar y me tuvo en cama un día. Como ya mi cuerpecito venía dando señales de molestias varias, el día anterior tuve consulta con la reumatóloga que, con mucho criterio, me mandó a hacerme un espinograma y una radiografía panorámica.
Ya que no había ido a trabajar, después del mediodía tomé coraje y fui al centro de diagnóstico por imágenes que queda a unas cinco cuadras de casa. Allí iba yo, despacio y respirando hondo entre paso y paso para intentar que me doliera menos la cintura.
Llegué al centro de diagnóstico, tomé al ascensor y me dirigí a la recepción donde me iban a realizar los estudios. La persona encargada de este menester administrativo – un NN masculino él – toma las órdenes, me pide la credencial de la obra social, que firme en el reverso de la papeleta y toda esa información (que, por otro lado, nunca entendí para qué diantres la piden) que suelen solicitar.
Tomé asiento y esperé pacientemente mi turno. Sale una persona de un box, me llama y en menos de diez minutos el espinograma ya estaba hecho. Me vuelvo a sentar y no había terminado de sacar el libro que nuevamente escucho mi nombre. Esta vez era el turno del la radiografía panorámica. Mi pregunta fue ¿panorámica de qué y para qué? Ya se van a enterar.
Entro al consultorio, la médica me dice “seguime, María” (ésta también continua creándome un conflicto de identidad). La sigo obedientemente y me entrega un chaleco para que me pusiera por sobre mi ropa. Sin embargo, este chaleco no era nada normal. Digamos, en cuanto a fisonomía sí, pero pesaba una tonelada y media. Mis lumbares agradecidas… Me coloco el chaleco y me da una especie de forro de celofán que tengo que colocar en un dispositivo raro. Me dice: “abrí la boca y apoyá el paladar acá” (mientras señala el aparatejo). Nuevamente, sumisa y obedientemente, hice lo que me pidió y para mis adentros me preguntaba “¿Para qué… (complete la frase con el vituperio de su agrado) tengo que hacer una panorámica de la boca?” No hubo respuesta; tampoco pregunté, a decir verdad, pero el sólo hecho de tomar imágenes de mi boca no era compatible con el dolor lumbar. 
La incógnita se develó casi diez días después cuando volví a consultar a la reumatóloga con todos los resultados. Miró el espinograma, leyó el informe y me tranquilizó cuando dijo que estaba todo casi normal. Después analizó una resonancia que me había hecho en otra oportunidad. Finalmente, tomó la panorámica. ¡Ahhh! Momento sublime cuando vio todos mis dientecitos… Con cara de mezcla “¿me estás jodiendo?” y sorpresa me miró y me dijo “¿Y esto qué es?” Pobrecita, Dolores, con toda la candidez del planeta le dijo “Y ¿qué sé yo? Vos me mandaste a hacer una panorámica”. La respuesta fue merecedora de un Oscar: “sí, pero de cadera”.
La verdad me sentí una ignorante, una despistada por dejarme radiografiar sin controlar, pero en mi defensa quiero aclarar que no leí la orden, que no era mi obligación leerla y que no trabajo en el Centro de Diagnóstico Rossi como para tener que estar controlando qué y qué no me radiografían. 
También en mi defensa puedo mencionar que el recepcionista no era la persona más lúcida del planeta. Como si fueran pocos los conflictos con mi nombre, a eso le tenemos que sumar los embrollos que genera mi apellido. No es que sea ultrahiperarchicomplejo; en absoluto. Simplemente tiene tres vocales juntas y la gente cuando lo oye entra en estado de trance y no sabe cómo escribirlo. Por eso cuando me preguntó mi apellido dije “Seoane” y automáticamente comencé “S-E-O-A-N-E”. Nótese que la primera letra es la S: S de sandía, de susto, de ¡SALAME! Este NN – Natalia, Natalia o nabo, nabo – escribió en todas las órdenes Ceoane, con C: C de casa, de cuco, de corto (y no de estatura sino de mentalidad).
Ya sé: si fuese más iluminado, estaría dirigiendo el país y no ingresando órdenes en un centro asistencial, pero cada uno es responsable de su trabajo y de que salga lo mejor posible sea de la envergadura que sea. A mi hermana le digo (que todavía se descostilla de la risa cuando se acuerda de la anécdota): yo trabajo en Banco Galicia; lo que sucede en Rossi no es mi responsabilidad. ¡He dicho!

viernes, 4 de mayo de 2012

Mi nombre no es Sam, es María Dolores


Toda mi vida fui María Dolores Seoane. En la partida de nacimiento dice eso, en el DNI, en el pasaporte, en la licencia de conducir. Mamá y papá me hicieron creer eso a lo largo de más de veintinueve años; hasta que comencé a trabajar en Banco Galicia.
Allí un papafrita decidió que todas las direcciones de correo electrónico tendrían la siguiente estructura: primer nombre, punto, apellido, arroba, banco galicia, punto, com, punto, ar. Algo así:
Sin embargo, el muy iluminado no reparó en que más del setenta porciento de las mujeres llevamos como primer nombre María: María Susana, María Victoria, María Loquesea. En mi sector somos siete Marías. Una sola es María pura cepa; las demás somos María Algo.
Y desde hace casi dos años que sufro de una crisis de identidad. Me llamaban por teléfono y me preguntaban mi nombre y yo balbuceaba “ehhhh, Do..., Mmm, María. María Seoane” (como James, James Bond).
Me odiaba, odiaba al que me preguntaba, odiaba al responsable en Sistemas de este moco sin precedentes. Me preguntaba cuan estúpida la gente pensaba que era por no saber mi nombre. Hoy, veintitrés meses después, ya puedo decir “María” sin dudar, pero cada vez es mayor la cantidad de personas y lugares donde me llaman por mi primer nombre, dentro y fuera del Banco.
Cuando me efectivizaron, además de ese logro conseguí una D en mi dirección de mail: maria.d.seoane. Ni aumento, ni promoción, ni un cuerno; sólo una mísera consonante identificatoria. Aun así, la gente me sigue diciendo María. No importa que tenga la D en la dirección, ni que la firma diga “Prof. María Dolores Seoane”. No, no, nada de eso: María y punto. 

Je m’appelle Jordi


¿Cuál es la técnica universalmente conocida para volver a conciliar el sueño cuando uno se desvela? Correcto: contar ovejitas.
De la misma manera, también muchas personas ponen en práctica tomar un vaso de leche tibia, rezar un Padre Nuestro o – en el peor de los casos – entrarle a las mágicas e infalibles pastilocas. Éstas sí que no fallan a menos que el grado de locura sea extremo.
Sin embargo, Dolores encontró OTRA técnica. Dolores soy yo; por supuesto. La pibita se despertó a medianoche y de la nada se puso a conjugar el verboide Ser en... ¡¡francés, mi gente!! ¿Ustedes lo pueden comprender?
Sí, así de patológico es mi estado mental. Les describo la escena: Dolores ABSOLUTAMENTE dormida, se despierta de la nada misma y arranca “Je suis; tu est; il est; nous sommes; vous êtes; ils sont”. ¿Y creen que hasta acá llegó su locura? Claro que no. Porque la muy loquita se acordó de que la pronunciación de sommes (se pronuncia som, parce que -mmes final ne se prononce pas) y de sont (parce que -nt final ne se prononce pas), y no sólo eso: sino que repitió el versito “ne se prononce pas” que le repetían sus profesoras de franchute en el colegio.
Hoy le conté a una amiga que habla muy bien francés y se reía de mis locuras. Ingenuamente me comentó: “No sabía que hablabas francés”. La realidad es que estudié (por utilizar una palabra, pero la realidad dista bastante de ello) desde 1993 a 1997, pero de ahí a hablar el idioma es otro cantar. Me gustaban las clases pero eran esas horas en que veinticuatro delicuentes tiraban abajo el aula por eso no daba intentar aprender un idioma como una ñoña. Claramente, no era mi estilo. Pero eso sí: un centenar de años después de eso, me desvelo y qué mejor que conjugar un verboidecito como para matar el rato.
¡Ay, Dios y la virgen! Sé que soy inofensiva, pero ante la duda voy a evitar comentarle esto a la psicoloca. Temo que me indique una camisa de fuerza y un viaje al loquerito sin escalas. C’ est la vie!

lunes, 23 de abril de 2012

Duda existencial


¿Seré especial? (Para utilizar un término políticamente correcto) ¿Seré superdotada? (Lo dudo seriamente) ¿Estaré más trastornada de lo que pensaba? (Esa posibilidad se acerca más a la realidad).
El tema es que ahora...sueño en inglés. Sí, sí, así como lo leen. Así de bilingüe soy. Ya a esta altura ni recuerdo su contenido pero sí que tenía una conversación con algún otro delirante que le daba bola a mi subconsciente pero en inglés. Qué nivel ¿verdad? Lo que no termino de deducir es si el nivel es de cultura o de locura.

domingo, 22 de abril de 2012

I didn’t see this coming


Estoy preocupada. Recuerdan la señora del subte, su hijo y la farmacéutica, el niño asesinado de San Vicente. Y ahora, la madre, la loca, la filicida es suicida. Sí, así nomasito como lo leen. Se ahorcó la muy colifata. Quiso “cagar al padre” pero cagó el chiquito y después…cagó ella misma. ¡Ay, mi Dios, esta gente!
Miren que hay locos, conozco varios, soy una de los integrantes de ese grupo no tan selecto. Sin embargo, me di cuenta de que soy de los locos lindos; casi inofensivos podríamos decir.
Bueno, estemos atentos a los mismos titulares del post anterior pero ahora busquemos en Crónica algo de madre recientemente inyectada que se suicida o suicidio en farmacia de Belgrano o algo similar. No sé, por las dudas. Y otra vez: no digan que no avisé.

Fin del comunicado



sábado, 7 de abril de 2012

Todo vuelve en esta vida

Frases como “no le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a vos”, “la vida es un boomerang” o “en la vida todo vuelve” son célebres y siempre están rebotando en la conciencia de la GCU (léase, Gente como Uno) que es buena y que se esfuerza día a día por ser mejor, y que intenta desesperadamente no caer en las tentaciones o imitar malos modelos.
Y hace unos días comprobé que es así: la vida te pasa factura. Sin embargo, ésta fue una divertida. Una noche como cualquiera otra dentro de mi rutina semanal, dejé preparada la mochila con las cosas para ir a nadar a la mañana siguiente. Cuando me estaba por acostar, me dije “mmm ese bártulo está muy en el paso” pero me negué a que mi neurosis me llevara a correrlo de lugar. Entonces, después de darle la espalda a mi locura, me acosté y se terminó la historia. En realidad, no se terminó sino que quedó en stand by hasta la madrugada. Cuando todavía no había asomado Febo, mi vejiga comenzó a anunciarme que necesitaba descomprimir. A regañadientes y con las luces de mi dormitorio y del baño apagadas me dirigí a responder a sus deseos. Hice todo lo que tenía que hacer y volví, casi como una autómata, a continuar con mi horario de descanso.
En el momento que atravesé la puerta de mi dormitorio – a oscuras, siempre a oscuras –  ¡PUM! patadón a la mochila. Pero esto no es todo: salí volando desde la puerta a la cama sin escalas. Y no me quejo porque aterricé en mi confortable lecho y no en el duro suelo. Todo transcurrió en una milésima de segundo: patada, vuelo con estilo, aterrizaje seguro y…vituperio desenfrenado “la puuuuuutaaaaaa madreeeeee”.
Una vez pasado el momento, en plena madrugada, me asaltó un ataque de carcajadas irreprimible cuando recordé las veces que mi querida madre – Doña Silvia Matilde Rovira (le antopongo el Doña porque le da aire de nobleza, aunque no tiene ni aire acondicionado) puteaba y reputeaba en el mismo momento de la madrugada luego de haberle apuntado a alguna de las dos valijas que mi hermana y yo llevábamos al colegio como un nueve habilidoso de algún gran equipo de fútbol. “Silvia sale de la cama atraviesa el pasillo de distribución, toma en dirección a la cocina, se enfrenta al sillón de un cuerpo, apunta y…“la puuuuuutaaaaaa madreeeeee”. Después, ya con Febo presente, continuaban otros vituperios más personalizados como “me cago en ustedes dos que dejan esas valijas de mierda en el medio del paso”. ¡Ahh, no sí! Esos eran despertares llenos de dulzura.
En ese momento no imaginaba que, años después, recordaría a las carcajadas esas mañanas a puro reproche. Sin embargo, hoy puedo decir sin que me tiemble el pulso que todo vuelve, lo bueno y lo malo. Y lo no tan malo también porque esto, en realidad, era un descuido de niños, pero les aseguro que me reí a lo grande. 

miércoles, 4 de abril de 2012

Muy buenas nuevas

¿Se acuerdan del colectivero nerviudo? Sí, ese que mencioné gentilmente y con una cuota extrema de represión en el post "Sr Colectivero, tóquese la nariz". Resulta ser que hoy lo volví a encontrar en el mismo bondi, en el mismo recorrido, por el mismo canal.
Hay buenas noticias, gente linda: el señor leyó mi post aparentemente y comenzó un tratamiento para controlar la ansiedad.
Sin embargo, no todo es color de rosa, no todo lo que brilla es oro. Claro que no. Todavía debe estar ajustando la dósis. Los que pasamos por estos avatares psiquiátricos sabemos que, al menos, los primeros diez días son de adaptación a la dósis. Y éste también es el caso de mi querido chófer público. Al principio veníamos bien, pero ya en la Av. del Libertador a la altura del Sheraton el tránsito se puso espeso y mi estimado arremetió con la bocinita y su característico "arribaaaa" sin piedad.
Démosle tiempo al señor y al resorvorio de ansiolíticos para que haga efecto y logre calmarse. Siga así, mi querido, que va bien; muy bien.

martes, 3 de abril de 2012

Haz lo que yo digo Y lo que yo hago

¿Quién alguna vez no citó esta frase? ¿Quién no fue testigo de personas – cercanas o no – que decían una cosa pero actuaban diferentemente?
Raramente diga A y haga B; soy loca pero consistente: si critico a las personas que fuman, no fumo; si te taladro la cabeza para que te cuides con las comidas o hagas deportes (por citar algunos ejemplos nomás), es porque antes también me cuido yo.
El otro día fue mi prueba de fuego. ¿Alguna vez mencioné lo salvaje que era de pequeña? Sé que algo de esa característica deslicé en algún que otro post. Sin embargo, no creo haber sido lo suficientemente veraz en esa descripción. En serio, gente, era una incorregible, pato criollo, una revolucionaria, una salvaje con todas las letras.
Aunque tenga miles de situaciones que ilustren este rasgo, me voy a atener a contarles que me rompí el tabique de la nariz por subir a donde no debía; me abrí el mentón por correr por donde no debía; me quebré la pierna por meterla en los rayos de la bicicleta, y la infecté por introducir una moneda dentro del yeso, claramente, donde no debía.
Entre otras tantas travesuras, también mi prontuario tiene registro de una cantidad innumerable de vueltas en la calesita de garrón. ¿Y cómo es esto? Muy sencillo: subía a la calesita y empezaba a caminar al revés.  De esta manera, el calesitero – Antonio (viejo cascarrabias como pocos) – no advertía de nuestra presencia (sí, yo era el músculo pero había un cerebro detrás de todo este plan macabro – María Victoria Fernández Löbbe, mi mejor amiga) hasta que nos mareábamos y terminábamos girando en el MISMO sentido que la calesita, y ahí nos corría a los gritos por sinvergüenzas. ¡Ahh, qué tiempos aquellos! Nuestra única preocupación era no ser enganchadas en esta travesura inofensiva.
Pero todo eso es historia, c’est fini! Ahora soy una persona adulta, con una niña quilombera dentro, pero adulta y responsable al final de cuentas. Por eso el sábado cuando llegamos con Valen a la misma calesita a la que yo iba, no me quedó más remedio que predicar con el ejemplo. Las condiciones estaban todas dadas. Por una lado, ahora me pregunto si no habría una cámara oculta para controlarme porque, ahora que lo pienso, fuimos Valen y yo solas. Alguien – entiéndase mi hermana o algún ser superior – podría estar tentándome para ver cómo actuaba y qué ejemplo daba. Por otro lado, es sabido que todos adooooraaannnn a la chiquita pero nadie se fuma los temas bajón de Xuxa si para eso está Dolito.
No obstante, prediqué y cómo con el ejemplo. Llegamos a la calesita y estaba meta dar vueltas con un niñito con cara de dopado sentado en los mismísimos carritos, caballitos y helicóptero de aquella época, pero la persona encargada no estaba a la vista. Me asomé al bunker de ventas y nada. Pensé “la subo a Pupu y después abono la vuelta”, pero me acobardé. ¿Y si la calesitera me retaba? ¿Y si no me creía que le iba a pagar? ¿Y si conocía mi prontuario de garronera de vueltas en calesita? Porque al fin de cuentas, esta señora es la viuda de Antonio y, tal vez, en alguna cena entre bocado y bocado dejaba deslizar su enojo con Vicky y con quien les escribe. Es por eso, que no me podía arriesgar y no lo hice. Estaba mi pequeña de por medio, mi reputación como tía y adulta responsable, y el concepto que ella tiene de mi en juego. Costó pero lo logré. La tentación fue grande, el deseo de vivir la adrenalina de subir gratis a la calesita fue una tentación que pude resistir. Eso sí: la presión fue casi insostenible. No sólo tengo la presión de la fama como la Mirtha sino que ahora también tengo la presión moral ante una blanca palomita en pleno desarrollo.