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viernes, 4 de mayo de 2012

Mi nombre no es Sam, es María Dolores


Toda mi vida fui María Dolores Seoane. En la partida de nacimiento dice eso, en el DNI, en el pasaporte, en la licencia de conducir. Mamá y papá me hicieron creer eso a lo largo de más de veintinueve años; hasta que comencé a trabajar en Banco Galicia.
Allí un papafrita decidió que todas las direcciones de correo electrónico tendrían la siguiente estructura: primer nombre, punto, apellido, arroba, banco galicia, punto, com, punto, ar. Algo así:
Sin embargo, el muy iluminado no reparó en que más del setenta porciento de las mujeres llevamos como primer nombre María: María Susana, María Victoria, María Loquesea. En mi sector somos siete Marías. Una sola es María pura cepa; las demás somos María Algo.
Y desde hace casi dos años que sufro de una crisis de identidad. Me llamaban por teléfono y me preguntaban mi nombre y yo balbuceaba “ehhhh, Do..., Mmm, María. María Seoane” (como James, James Bond).
Me odiaba, odiaba al que me preguntaba, odiaba al responsable en Sistemas de este moco sin precedentes. Me preguntaba cuan estúpida la gente pensaba que era por no saber mi nombre. Hoy, veintitrés meses después, ya puedo decir “María” sin dudar, pero cada vez es mayor la cantidad de personas y lugares donde me llaman por mi primer nombre, dentro y fuera del Banco.
Cuando me efectivizaron, además de ese logro conseguí una D en mi dirección de mail: maria.d.seoane. Ni aumento, ni promoción, ni un cuerno; sólo una mísera consonante identificatoria. Aun así, la gente me sigue diciendo María. No importa que tenga la D en la dirección, ni que la firma diga “Prof. María Dolores Seoane”. No, no, nada de eso: María y punto. 

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