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sábado, 7 de julio de 2012

Regla de la vida # 313


Hoy me arrogo el título de desconsiderada, poco empática, chota si así lo quieren, pero desde hace unos días tomé la firme determinación de no ceder el asiento en – principalmente – el subte hasta que no esté 100% segura de que la persona a quien se lo estoy por dar esté visiblemente impedida, parapléjica, o no esté por estallarle la barriga si estamos hablando de una embarazada.
Hace un tiempo, viví una situación muy vergonzosa en el bendito subte. No me sucedió a mí directamente; al vecino del asiento de al lado. Aún así, juro que creí morir de la vergüenza. Como suele ser costumbre en los viajes de vuelta, la cantidad de gente que iba a tomar el tren era mucha y todos estábamos ávidos por conseguir un asiento. Gracias a Lucifer, me pude acomodar y junto a mí, un señor. En algún momento, creo que fue en la primera estación subió una joven (edad indefinida: podía tener 25 como 38 y daba lo mismo). No la miré con detenimiento hasta que el pobre infeliz, falto de criterio que estaba a mi diestra le dice:

Él: “Sentate”.
Ella: “No, gracias. No estoy embarazada; estoy gorda”. (Con desdén)
Él: “Glup”

No sé qué habrá pensado este pobre infeliz pero si yo me quise matar él habrá querido hacer lo mismo y en cuotas. ¡Estaba azul como un arándano! Y ése fue un momento de inflexión en mi vida, casi una epifanía, y promulgué la regla de la vida # 313: únicamente   embarazo de término o deterioro físico visible serán motivos fehacientes para que ceda el asiento en cualquier tipo de transporte público. Si hay un pequeño, casi ínfimo porcentaje de duda, una panza capsiosa, edad indeterminada, edad avanzada pero en mejor estado que yo está decidido que la persona se quedará parada a menos que exprese abiertamente su condición y/o dolencia. 

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