Hoy me arrogo el
título de desconsiderada, poco empática, chota si así lo quieren, pero desde
hace unos días tomé la firme determinación de no ceder el asiento en –
principalmente – el subte hasta que no esté 100% segura de que la persona a
quien se lo estoy por dar esté visiblemente impedida, parapléjica, o no esté
por estallarle la barriga si estamos hablando de una embarazada.
Hace un tiempo,
viví una situación muy vergonzosa en el bendito subte. No me sucedió a mí
directamente; al vecino del asiento de al lado. Aún así, juro que creí morir de
la vergüenza. Como suele ser costumbre en los viajes de vuelta, la cantidad de
gente que iba a tomar el tren era mucha y todos estábamos ávidos por conseguir
un asiento. Gracias a Lucifer, me pude acomodar y junto a mí, un señor. En
algún momento, creo que fue en la primera estación subió una joven (edad
indefinida: podía tener 25 como 38 y daba lo mismo). No la miré con
detenimiento hasta que el pobre infeliz, falto de criterio que estaba a mi diestra le dice:
Él:
“Sentate”.
Ella:
“No, gracias. No estoy embarazada; estoy gorda”. (Con desdén)
Él:
“Glup”
No sé qué habrá
pensado este pobre infeliz pero si yo me quise matar él habrá querido hacer lo
mismo y en cuotas. ¡Estaba azul como un arándano! Y ése fue un momento de
inflexión en mi vida, casi una epifanía, y promulgué la regla de la vida # 313: únicamente embarazo de término o deterioro físico visible
serán motivos fehacientes para que ceda el asiento en cualquier tipo de
transporte público. Si hay un pequeño, casi ínfimo porcentaje de duda, una
panza capsiosa, edad indeterminada, edad avanzada pero en mejor estado que yo
está decidido que la persona se quedará parada a menos que exprese abiertamente
su condición y/o dolencia.
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