Frases como “no le hagas a los demás lo que no te gusta que te hagan a vos”, “la vida es un boomerang” o “en la vida todo vuelve” son célebres y siempre están rebotando en la conciencia de la GCU (léase, Gente como Uno) que es buena y que se esfuerza día a día por ser mejor, y que intenta desesperadamente no caer en las tentaciones o imitar malos modelos.
Y hace unos días comprobé que es así: la vida te pasa factura. Sin embargo, ésta fue una divertida. Una noche como cualquiera otra dentro de mi rutina semanal, dejé preparada la mochila con las cosas para ir a nadar a la mañana siguiente. Cuando me estaba por acostar, me dije “mmm ese bártulo está muy en el paso” pero me negué a que mi neurosis me llevara a correrlo de lugar. Entonces, después de darle la espalda a mi locura, me acosté y se terminó la historia. En realidad, no se terminó sino que quedó en stand by hasta la madrugada. Cuando todavía no había asomado Febo, mi vejiga comenzó a anunciarme que necesitaba descomprimir. A regañadientes y con las luces de mi dormitorio y del baño apagadas me dirigí a responder a sus deseos. Hice todo lo que tenía que hacer y volví, casi como una autómata, a continuar con mi horario de descanso.
En el momento que atravesé la puerta de mi dormitorio – a oscuras, siempre a oscuras – ¡PUM! patadón a la mochila. Pero esto no es todo: salí volando desde la puerta a la cama sin escalas. Y no me quejo porque aterricé en mi confortable lecho y no en el duro suelo. Todo transcurrió en una milésima de segundo: patada, vuelo con estilo, aterrizaje seguro y…vituperio desenfrenado “la puuuuuutaaaaaa madreeeeee”.
Una vez pasado el momento, en plena madrugada, me asaltó un ataque de carcajadas irreprimible cuando recordé las veces que mi querida madre – Doña Silvia Matilde Rovira (le antopongo el Doña porque le da aire de nobleza, aunque no tiene ni aire acondicionado) puteaba y reputeaba en el mismo momento de la madrugada luego de haberle apuntado a alguna de las dos valijas que mi hermana y yo llevábamos al colegio como un nueve habilidoso de algún gran equipo de fútbol. “Silvia sale de la cama atraviesa el pasillo de distribución, toma en dirección a la cocina, se enfrenta al sillón de un cuerpo, apunta y…“la puuuuuutaaaaaa madreeeeee”. Después, ya con Febo presente, continuaban otros vituperios más personalizados como “me cago en ustedes dos que dejan esas valijas de mierda en el medio del paso”. ¡Ahh, no sí! Esos eran despertares llenos de dulzura.
En ese momento no imaginaba que, años después, recordaría a las carcajadas esas mañanas a puro reproche. Sin embargo, hoy puedo decir sin que me tiemble el pulso que todo vuelve, lo bueno y lo malo. Y lo no tan malo también porque esto, en realidad, era un descuido de niños, pero les aseguro que me reí a lo grande.
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