"Una imagen dice más que mil palabras". Hace poquito descubrí la fotografía como pasión. Acá una toma en el Tigre
Las anécdotas de Dolito
Un recorrido por mis anécdotas de todos los días...y no tanto
Buscar este blog
domingo, 16 de junio de 2013
domingo, 5 de mayo de 2013
50 años resumidos
Ya es casi un clásico - como Boca-River - que cada vez que algún integrante de mi familia estira la patita, sea yo quien le escriba una palabras de despedida. Será por mi facilidad para la escritura, será porque puedo leer y contener las lágrimas hasta el final, será porque nadie quiere llevar a adelante esa triste tarea.
Pero resulta que no solo para despedir personas vine a este mundo. También puedo honrar a una persona en vida. No sé si tanto por gusto propio como por imposición, pero de la buena. Ya entenderán a qué me refiero. Acá les dejo algo alegre para leer.
Pero resulta que no solo para despedir personas vine a este mundo. También puedo honrar a una persona en vida. No sé si tanto por gusto propio como por imposición, pero de la buena. Ya entenderán a qué me refiero. Acá les dejo algo alegre para leer.
Buenas noches a todos. Supongo que creerán que estoy acá para leer unas palabras en honor a mi tía. ¡Error! Estoy acá porque mi tía – muy en su estilo – me quemó la cabeza para que le escribiera y dedicara estas palabras. También fiel a su modo de ser, me indicó cómo tenía que empezar. Palabras más, palabras menos fueron: “mi tía es la mejor”. Y puede ser.
De ella admiro varias cosas: su vitalidad es una. La señora ¡no para! Ni con los dardos de Daktari lograríamos bajarle las revoluciones. Va y viene; hace y pone; lleva y saca. Todo ella, sin ayuda y en milésimas de segundos. Les aseguro que me esquilma las energías. Y si a eso le sumamos lo torpe que es, en realidad, va y viene; ROMPE; hace y pone; TIRA; trae y saca. Como cuando sacó de cuajo un surtidor de nafta. Sí,sí, como lo oyen: se llevó enganchado en el tanque del auto un surtidor…de paseo.
Pero también es muy dedicada y generosa con su familia y afectos. Por todos los medios, tratará de ayudarnos y hacernos sentir a gusto. Su mayor preocupación en esta vida reside en que comamos bien. Con Ale uno se siente que lo están engordando como a los pavos para Navidad. Si después de una buena comilona, por esas casualidades, te quedaste con hambre ella te prepara un pollito a la portuguesa, unas “milanesitas que tiene en el freezer” o te prepara un sandwichito de jamón y queso. Te pregunta 1000 veces si querés café, aunque ya le contestaste 998 veces que no y– es más – dos veces le gritaste a garganta pelada que ¡NO!: no querías ni café, ni gaseosa, ni pollo, ni milanesas, ni NADA. Y así también podemos concluir que es insistente.
Y son todas estas cualidades las que hacen de Ale una muy buena persona. Es lindo poder compartir con vos tu cumpleaños número 50, y decirte - porque quiero y no porque me quemes la cabeza para hacerlo – que sí: “sos la mejor”. Me siento privilegiada de tenerte como tía y ejemplo para que Valentina y Constanza, de acá a algunos años, sientan que también ellas tienen la mejor tía.
¡Que los cumplas muy feliz! Que seas muy feliz, hoy y siempre. Muchas gracias.
PD: Les adjunto el video en vivo y en directo
PD: Les adjunto el video en vivo y en directo
viernes, 18 de enero de 2013
Hasta pronto
Hace ya un tiempo comencé a escribir casi en secreto. De a poco, les fui contando a mis allegados más queridos y cercanos de la existencia de este blog.
Un tiempo antes, tuve que escribir lo que fuera lo más difícil de escribir. No fue un ensayo discursivo para una materia en inglés de la facultad; fueron las palabras de despedida para mi abuelo.
Hace un mes, me tocó despedir a Eduardo también con una carta. Eduardito, era el tío de mamá. Podríamos decir, mi tío abuelo. Sin embargo, él fue mucho más que eso en mi vida, en la de mi hermana y en la de mis primos. Fue difícil pero el cariño era tan grande que las palabras se escribieron solas. Me gusta pensar que acá, en este blog, van a ser inmortales como su presencia en mi vida. La comparto con quien quiera leerla:
Un tiempo antes, tuve que escribir lo que fuera lo más difícil de escribir. No fue un ensayo discursivo para una materia en inglés de la facultad; fueron las palabras de despedida para mi abuelo.
Hace un mes, me tocó despedir a Eduardo también con una carta. Eduardito, era el tío de mamá. Podríamos decir, mi tío abuelo. Sin embargo, él fue mucho más que eso en mi vida, en la de mi hermana y en la de mis primos. Fue difícil pero el cariño era tan grande que las palabras se escribieron solas. Me gusta pensar que acá, en este blog, van a ser inmortales como su presencia en mi vida. La comparto con quien quiera leerla:
Querido Eduardo:
Como
dice el dicho popular, “la familia no se elige; te toca en suerte”. Bueno, en
nuestro caso, nosotros nos elegimos: vos nos elegiste a mis primos y a mí como
nietos. Nosotros te elegimos como abuelo. Valentina te eligió como su bisabuelo.
Y con toda seguridad puedo afirmar que tuvimos un gran abuelo en vos.
Estoy
feliz de haberte tenido en mi vida por más de 32 años, por haber aprendido de
tu dulzura y tu bondad, por haber disfrutado de tu sonrisa y tu cariño. Por
todo eso y mucho más ¡gracias!
Podría
continuar largo y tendido, pero vos y yo sabemos que nos despedimos como
necesitábamos. Tus lágrimas y tu caricia en mi mano fueron pruebas certeras de
que todo lo que te dije te llegó al corazón, y eso me tranquiliza, y eso me
reconforta en medio de esta tristeza porque – en definitiva - te fuiste rodeado
de todo el amor de los que te adoramos.
Entonces
hoy elijo desearte un buen viaje. Acá nos quedan las sonrisas al recordarte con
“La boina de Eduardito”, con tus bolsas gigantes de Rocklets en Navidad, o con las
masitas secas para el té que nos llevabas los domingos en familia. Ahora andá
tranquilo pero quiero que sepas que ya nos volveremos a encontrar.
¡Descansá
en paz, Eduardito!
Te
quiero y un montón
Dolo
miércoles, 17 de octubre de 2012
Con vida propia
Que mi pelo es un tema que
muchas veces me tiene en vilo no es novedad; lo sabemos. Están las ya no tan
incipientes canas, los rulos rebeldes reducidos gracias al alisado definitivo,
la elección del corte – recto o desmechado en capas - y, ahora, le sumamos el
flequillo.
¡El flequillo! Sin este
desdichado marco, mi cara se ve vacía, insulsa. Como buena virginiana
responsable y perfeccionista, no sólo consulto regularmente a mi asesor de
belleza, sino que intento que éste haga de mi flequillo un ídem digno. No dejo
nada librado al azar: peregrino hasta el salón de belleza con frío, lluvia, sol
o cansancio; investigo en revistas las tendencias en cortes; adecúo lo que me
gusta a mi fisonomía, mi estilo de vida y la composición de mi cabellera. Aunque una amiga del trabajo me ha ofrecido
evitarme el trámite y cortármelo en el baño del Banco con una tijerita Maped, de
esas que usan en salita roja, fiel a mis convicciones me negué rotundamente.
Hasta que en julio, en plena
vorágine laboral, sin haberme tomado vacaciones, mi madre decidió volver a la
infancia y comportarse como una niña. Conclusión: cuatro días internada y una
seguidilla de estudios y consultas médicas. Entre todo ese trajín, ahí estuve
yo yendo y viniendo, haciendo malabares con el trabajo y sus citas con
especialistas varios, y mis propios asuntos personales. Tanto fue así que mi
flequillo creció exponencialmente a medida que pasaban los días y yo no
encontraba el momento para hacer algo al respecto.
Cabe aclarar que tengo una
peluquería a escasa cuadra y media de casa, en dirección obligada a la vuelta
del trabajo. Mi peluquero, tiene su salón a unas treinta cuadras. No es mucho,
pero cuando el cansancio es grande, esa distancia parece gigantesca. Entonces
dándole la espalda a mi principio de no meter tijera en donde no debo, cortarme
el pelo un día de lluvia o de usar la tarjeta de débito sin descuento, inhalé
profundo y entré en la peluquería de la otra cuadra de casa. La suerte estaba
echada: si me gustaba cómo me cortaba, cambiaba de proveedor.
¿Qué les hace pensar que la
vida es así de generosa? Si soy responsable, considerada, buena hija, paciente
al extremo con mi madre (por lo menos por aquellos días; hoy podríamos evaluarlo).
¿Por qué debía salirme bien el asuntillo? El “dícese llamar peluquero” me
desfiguró. Hizo de mi flequillo un asesinato serial de todos y cada uno de los
cabellos que lo conforman. Pero esa supuesta decisión banal tuvo más
consecuencias de las que pensaba: en el trabajo me repitieron por una semana
entera “¿qué te hiciste? ¡Te mataste!”. “Si han de saberlo, no me maté: ¡pagué
por esto y SIN DESCUENTO, chadetumadre!”, era mi más sutil respuesta; a MI
peluquero, cuando me vio, casi le da un ACV; tengo el peor registro gráfico de
mi flequillo los diez días que estuve de viaje (¿quién se toma fotos todos los días?
Nadie a menos que estés de viaje; y yo lo estuve con esa masa amorfa con vida
propia); y madre, gracias a mi paciencia, mi compasión y mi buena voluntad, fue
a NUESTRO peluquero y se cortó y tiñó el pelo con Jose que la dejó “más lendaaa
que nunca”, como diría Jorge Hané – el gurú internacional de la pérdida de
peso.
Para ser totalmente honesta,
cualquier razón por la cual me vea obligada a ir a la peluquería más de una vez
cada dos meses me estresa, me preocupa. Por eso pospongo cubrir mis desfachatados
cabellos blancos y por eso me hago el alisado y me lo hago sola con la ayuda de
una amiga en casa cuándo y cómo quiero. Eso sí: nunca más confío mi pelo y,
menos, mucho menos mi flequillo a cualquier tijera. ¡Nunca más! Aprendí la
lección.
domingo, 5 de agosto de 2012
Postdata
Y al día siguiente me encontré con esta frase:
Ahora entiendo: no dejé de hacer terapia; cambió el abordaje simplemente.
Ahora entiendo: no dejé de hacer terapia; cambió el abordaje simplemente.
Con toga y birrete…
…y al compás de
la incomparable melodía de “Pompa y Circunstancia” de Edward Elgar, así fue cómo
me sentí al salir la última vez que estuve en el consultorio de mi psicóloga; en
mi última sesión de terapia. La analogía ilustra la sensación similar que se
experimenta cuando nos entregan el diploma en la universidad.
Hace más de doce
meses y menos de veintisiete que venimos
debatiendo si irme o no de alta. Ana, insistía que sí; yo me negaba.
Finalmente, el 20 de julio decidí que ya estaba lista para irme. De todas
maneras, prefiero pensar que culminé una etapa de aprendizaje como en la
universidad y no que me dio el alta porque no seamos necios: la locura
persistirá.
¿Por qué lo
comparo con una colación de grado? Porque es difícil, porque a veces cuesta,
porque – igual que cuando vamos a la universidad – no queremos pero es la única
manera de conseguir el título sin el que no somos nada. Pero, principalmente,
porque la felicidad que experimenté ese día fue casi igual a mi último final:
difícil pero el diez valió el esfuerzo. Y en esa última sesión, Ana me puso un
diez.
Sonrisas,
abrazos y lágrimas (para mi sorpresa de ella también) de por medio, me fui
sabiendo que:
1. es saludable
y vital pedir ayuda.
2. todo se puede
superar con tiempo y paciencia.
3. hacer terapia
puede ser doloroso pero yo también me divertí a lo grande.
Gracias, Ana,
por ser ese sostén de todos esos meses. Uno de estos viernes, paso y te hago
reír con alguna de mis ocurrencias. ¡Seguro que los viernes ahora son un faso!
PD: Por si les da ganas de escucharla, acá les dejo el link a esta pieza inigualable:
lunes, 16 de julio de 2012
¿Son los astros o es simplemente lunes?
A veces
realmente me pongo a pensar si la alineación de los astros influye en nuestras
vidas. Hago un pausa en mi escrito y ya mismo presiono “Guardar como”… Como se
viene planteando el día, la atrevida de la notebook se reinicia sin que nadie
le dé ese comando y yo pierdo lo poco que tengo escrito. Pienso y re pienso si
será verdad. Si no son los astros, ¿entonces qué?
Hoy es lunes ni
13, la yeta; ni 17, la desgracia. Sin embargo este lunes vino torcido. Debe ser
el frío, o la humedad. No, seguro que Cristina. Sin más preámbulos, les
describo mi primer día laboral de la semana.
Frío cojudo y yo
tuve que ir a las 8.30 al trabajo a hacer algo que detesto hacer, pero fui con
la mejor de las buenas voluntades. Le di vuelta la cara al despertador y a la
almohada, me vestí y salí – increíblemente – quince minutos antes de lo
pautado. Subte, asiento, guía de New York y resaltador en mano, y…línea D con
demora. “¡Tranquila, Dolores! Estás sentada, tenés tiempo, tenés lectura”. Y
llegué unos veinte minutos tarde a pesar de haber salido quince minutos antes.
Hago la tarea
que odio con lo más profundo de mi ser y me preparo unos mates. ¿No les conté?
Hoy empecé la dieta…para ponerle onda al lunes ¿qué mejor? En algún momento, me
llamó mi prima al celular y nunca atendí porque no tenía el teléfono encima. Al
rato llama mi hermana con la inmejorable noticia de que mi perra – que está al
cuidado de nuestra octogenaria abuela – se había escapado. Para hacerla corta:
un amigo del paseador le hizo una broma y “secuestró” a su perra y a Sasha, mi
perrita, ya mayor y absolutamente ajena e inocente en toda esta situación, pero
lo más acertado fue que llamó a mi abuela para decirle que la perra se había
escapado. Chichita – con sus casi 87 años y en pleno ataque de nervios y
angustia – telefoneó a mi prima quien salió al rescate del can. Después nos
enteramos de que la perra no se había escapado y también nos enteramos de que
el amigo del paseador no tiene ni una pizca de criterio.
Con calma y
cintura, calmé a mi abuela, le rogué a mi prima que no degollara al bromista
infradotado y al paseador le dije muchas
gracias por los servicios prestados. El día continuó casi amenamente: hice
todo lo que se me asignó, llegué a un acuerdo con mi coordinadora de cómo
plantear mi crecimiento profesional, tomé mucha agua y mucho mate, fui mil
veces a pillar y no comí ni golosinas, ni porquerías, ni harinas. Recuerden:
hoy empecé la dieta.
Las tareas se
siguieron sumando, me fui una hora más tarde – y así y todo me quedaron cosas
para mañana – y decidí ir al gimnasio a las ocho de la noche; tenía mucho frío
como para ir a caminar por Palermo. Y fui…a pesar de todo pronóstico, a pesar
de que mi casa estaba calentita, a pesar de la fiacota que me agarró.
Y llegué y la
clase comenzó tarde, pero la nota de color fue que no había pasado ni diez
minutos que se cortó la luz. Ni en la manzana de enfrente, ni a la vuelta ni a
una cuadra; en la misma cuadra del gimnasio. ¿Cómo debo tomar este mensaje? ¿Es
un premio por mi buena voluntad de haber salido a esa hora con ese frío? ¿Es la
recompensa por haberme puesto firme con la dieta un lunes con este frío
endemoniado? ¿Es una prueba para medir mi temple por no haber asesinado a
nadie, por haber mantenido la calma en una situación de estrés? No lo sé.
Simplemente sé que es lunes, un poco enrevesado pero lo terminé sin estrangular
a nadie, con buen humor y escribiendo.
sábado, 7 de julio de 2012
Cultura General
Este post más que un momento de ocio dedicado
a la escritura, es una nota mental personal, al tiempo que tiene la intención
de ampliar la cultura general de mis lectores.
¿Qué sabemos de las diferentes
religiones? ¿Cuáles son los conocimientos básicos que muchos de la GCU – gente como
uno – tiene de ellas? Que los hindúes no comen carne de vaca por considerarla
un animal sagrado, que los católicos debemos hacer un sacrificio durante
Pascuas, que las musulmanas visten la hijab – “vestimenta
que cubre el cuerpo en público” - de
modo que sólo las manos y la cara sean
visibles, que los judíos no comen carne de cerdo y…que los judíos celebran el Sabbat: día sagrado de la semana judía
que se observa desde el
atardecer del viernes hasta la aparición de tres estrellas la noche del sábado.
Esto quiere decir que si planeo comer comida judía las chances
de comprarla un viernes a las 20.30 es poco probable. Sí, así de limada ando:
fui a comprar comida judía a un negocio de comida judía atendido por sus dueños
judíos un viernes a las 20.30 hs.
Si se les llega a antojar este tipo de delicias, traten de
que sea de lunes a jueves o de ir un viernes antes de las 5 de la tarde; en
invierno un poquito antes ya que anochece temprano. Sano y práctico consejo.
Regla de la vida # 313
Hoy me arrogo el
título de desconsiderada, poco empática, chota si así lo quieren, pero desde
hace unos días tomé la firme determinación de no ceder el asiento en –
principalmente – el subte hasta que no esté 100% segura de que la persona a
quien se lo estoy por dar esté visiblemente impedida, parapléjica, o no esté
por estallarle la barriga si estamos hablando de una embarazada.
Hace un tiempo,
viví una situación muy vergonzosa en el bendito subte. No me sucedió a mí
directamente; al vecino del asiento de al lado. Aún así, juro que creí morir de
la vergüenza. Como suele ser costumbre en los viajes de vuelta, la cantidad de
gente que iba a tomar el tren era mucha y todos estábamos ávidos por conseguir
un asiento. Gracias a Lucifer, me pude acomodar y junto a mí, un señor. En
algún momento, creo que fue en la primera estación subió una joven (edad
indefinida: podía tener 25 como 38 y daba lo mismo). No la miré con
detenimiento hasta que el pobre infeliz, falto de criterio que estaba a mi diestra le dice:
Él:
“Sentate”.
Ella:
“No, gracias. No estoy embarazada; estoy gorda”. (Con desdén)
Él:
“Glup”
No sé qué habrá
pensado este pobre infeliz pero si yo me quise matar él habrá querido hacer lo
mismo y en cuotas. ¡Estaba azul como un arándano! Y ése fue un momento de
inflexión en mi vida, casi una epifanía, y promulgué la regla de la vida # 313: únicamente embarazo de término o deterioro físico visible
serán motivos fehacientes para que ceda el asiento en cualquier tipo de
transporte público. Si hay un pequeño, casi ínfimo porcentaje de duda, una
panza capsiosa, edad indeterminada, edad avanzada pero en mejor estado que yo
está decidido que la persona se quedará parada a menos que exprese abiertamente
su condición y/o dolencia.
miércoles, 20 de junio de 2012
Al servicio de la Comunidad
Sí, casi como la
Policia Federal Argentina o PFA para los amigos, hoy siento la necesidad de
dedicar este post a la comunidad, a mis fieles – casi todas ellas – seguidoras,
a usted, Doña Rosa.
¿Quién alguna
vez no habrá ensamblado un pionono con dulce de leche en el afán de querer
simular haber cocinado un postre o algo rico para la hora del té sin esmerarse
demasiado? Sí, ¡vamos! Todas alguna vez hicieron la típica “preparo algo rico
pero ni loca me complico la existencia”. A veces da fiaca, lo sé.
A mí ayer me
sucedió eso: vinieron amigas a cenar y quería hacer algo RRB – entiéndase como
Rápido, Rico y Barato. Entonces acudí al nunca bien ponderado pionono con dulce
de leche. Y aquí es donde hago mi aporte culinario.
En caso de no
haber reparado en este peculiar detalle, el pionono cuenta con un lado opaco y
migudo, y otro brillante y como más suavecito. Las reglas de la pastelería
básica indican que ese lado más llamativo va hacia adentro, pero yo quise
probar cómo quedaba con esa cara para afuera. De esa manera, el lado de la miga
absorbería más dulce de leche y esa parte que no es tan seca le daría una
cierta humedad.
Error, amigas,
el lado brillante siempre hacia adentro porque de lo contrario el pionono se va
rompiendo todo a lo largo a medida que lo vamos enrollando. Quedó exquisito a
ver si me explico, pero ajado de pe a pa. No se sientan en la obligación de
consolarme porque ¿cómo iba a saber que el
orden de los factores altera el producto si no lo comprobaba en persona? Ya
está: lo probé y no anduvo; pero tenía que experimentar.
viernes, 15 de junio de 2012
Escritora 2.0
Excelentes
noticias, mi gente. He progresado: éste junto con tres temas más de posibles
post los anoté en el celular. Estaba lejos del alcance de un anotador y de una
lapicera pero con mi celular a mano.
Y así fue que
tomé nota de las ideas en el block de notas de mi teléfono móvil. Cada día más
pro, y cada día soy una escritora de esta nueva era.
¡IM-PRE-SIO-NAN-TE!
viernes, 1 de junio de 2012
El mejor piropo
¿Quién no ha recibido alguna vez un
piropo? Hay varios: divertidos, cursis, guarangos. “Está más buena que comer pollo con la mano”, “que adelantada está la ciencia que hasta los
bombones caminan”, “ojalá fuera baldosa para verte toda la cosa”. Y así, páginas y páginas en internet.
El martes una amiga de mamá me dijo el mejor piropo que jamás me podrían
haber dicho. Todo surgió a raíz de las nuevas medidas económicas implementadas
en los últimos días: el famoso y nunca bien ponderado cepo al dólar. Intercambiando
mensajes de texto sobre cómo diantes viajar a Estados Unidos porque, por si no
estaban al tanto, Patacones y Lecops no aceptan los hermanos del norte, dije
con toda tranquilidad: “voy a encontrar la manera de ir. ¡Como sea!”. Respuesta
de Vicky Tomé: “me encanta tu optimismo”.
Gente, si me hubiese dicho “¿31? Parecés de 25” (a los casi 32, eso es
todo un halago); “te ves essspléndida”; “pero si no tenés panza”; “yo no te veo
celulitis. Tenés las nalgas de…” (completar la frase con el nombre del gatienzo
predilecto), no me hubiese hecho tan feliz como con esa frase. Ni divertido, ni
cursi, ni guarango. Simplemente una cuota extra de alegría. ¡Gracias y mil
gracias!
jueves, 24 de mayo de 2012
Mejor en bici
Así como el
Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires hace un tiempo lanzó el programa Mejor en Bici – una práctica
sustentable en la que se fomenta el uso de la bicicleta como transporte saludable,
ecológico y rápido – yo opté por difundir mi propio proyecto: Subte del or...no me vas a arruinar el día.
¿En qué consiste
esta iniciativa? Básicamente, en utilizar la bicicleta para ir y volver del
trabajo, ir al club o a cualquier otro lugar sin que los contratiempos del
tránsito, los paros de subte y los humores cambiantes – más cambiantes que
embarazada primeriza - de los delegados de Metrovías entorpezcan mi rumbo.
Así pues, y como
no me alcanzan mis ingresos mensuales para comprar y mantener un auto ni un
sidecar, realicé una pequeña inversión y mandé a poner a punto mi vieja y
querida bicla. De esta manera, procederé a utilizar lo menos posible los medios
de transporte público al mismo tiempo que oxigeno mi cerebro antes y después de
las jornadas laborales, y tonifico mis ya no tan tonificadas nalgas. Sin dudas,
esto es una win-win situation.
PD: Prometo registro gráfico
miércoles, 16 de mayo de 2012
Dime dónde trabajas…
Corría el mes de
marzo cuando una lumbalgia desfachatada me impidió ir a trabajar y me tuvo en
cama un día. Como ya mi cuerpecito venía dando señales de molestias varias, el
día anterior tuve consulta con la reumatóloga que, con mucho criterio, me mandó
a hacerme un espinograma y una radiografía panorámica.
Ya que no había
ido a trabajar, después del mediodía tomé coraje y fui al centro de diagnóstico
por imágenes que queda a unas cinco cuadras de casa. Allí iba yo, despacio y
respirando hondo entre paso y paso para intentar que me doliera menos la
cintura.
Llegué al centro
de diagnóstico, tomé al ascensor y me dirigí a la recepción donde me iban a
realizar los estudios. La persona encargada de este menester administrativo –
un NN masculino él – toma las órdenes, me pide la credencial de la obra social,
que firme en el reverso de la papeleta y toda esa información (que, por otro
lado, nunca entendí para qué diantres la piden) que suelen solicitar.
Tomé asiento y
esperé pacientemente mi turno. Sale una persona de un box, me llama y en menos
de diez minutos el espinograma ya estaba hecho. Me vuelvo a sentar y no había
terminado de sacar el libro que nuevamente escucho mi nombre. Esta vez era
el turno del la radiografía panorámica. Mi pregunta fue ¿panorámica de qué y
para qué? Ya se van a enterar.
Entro al
consultorio, la médica me dice “seguime, María” (ésta también continua creándome
un conflicto de identidad). La sigo obedientemente y me entrega un chaleco para
que me pusiera por sobre mi ropa. Sin embargo, este chaleco no era nada normal.
Digamos, en cuanto a fisonomía sí, pero pesaba una tonelada y media. Mis
lumbares agradecidas… Me coloco el chaleco y me da una especie de forro de
celofán que tengo que colocar en un dispositivo raro. Me dice: “abrí la boca y
apoyá el paladar acá” (mientras señala el aparatejo). Nuevamente, sumisa y
obedientemente, hice lo que me pidió y para mis adentros me preguntaba “¿Para
qué… (complete la frase con el vituperio de su agrado) tengo que hacer una
panorámica de la boca?” No hubo respuesta; tampoco pregunté, a decir verdad, pero el sólo hecho de tomar imágenes de mi boca no era compatible con el dolor lumbar.
La incógnita se
develó casi diez días después cuando volví a consultar a la reumatóloga con
todos los resultados. Miró el espinograma, leyó el informe y me tranquilizó
cuando dijo que estaba todo casi normal. Después analizó una resonancia que me
había hecho en otra oportunidad. Finalmente, tomó la panorámica. ¡Ahhh! Momento
sublime cuando vio todos mis dientecitos… Con cara de mezcla “¿me
estás jodiendo?” y sorpresa me miró y me dijo “¿Y esto qué es?”
Pobrecita, Dolores, con toda la candidez del planeta le dijo “Y ¿qué sé yo? Vos
me mandaste a hacer una panorámica”. La respuesta fue merecedora de un Oscar:
“sí, pero de cadera”.
La verdad me
sentí una ignorante, una despistada por dejarme radiografiar sin controlar, pero en mi defensa quiero aclarar que no leí la orden, que
no era mi obligación leerla y que no trabajo en el Centro de Diagnóstico Rossi como para tener que estar controlando qué y qué no me radiografían.
También en mi
defensa puedo mencionar que el recepcionista no era la persona más lúcida del
planeta. Como si fueran pocos los conflictos con mi nombre, a eso le tenemos
que sumar los embrollos que genera mi apellido. No es que sea ultrahiperarchicomplejo;
en absoluto. Simplemente tiene tres vocales juntas y la gente cuando lo oye
entra en estado de trance y no sabe cómo escribirlo. Por eso cuando me preguntó
mi apellido dije “Seoane” y automáticamente comencé “S-E-O-A-N-E”. Nótese que
la primera letra es la S: S de sandía, de susto, de ¡SALAME! Este NN – Natalia,
Natalia o nabo, nabo – escribió en todas las órdenes Ceoane, con C: C de casa, de
cuco, de corto (y no de estatura sino de mentalidad).
Ya sé: si fuese
más iluminado, estaría dirigiendo el país y no ingresando órdenes en un centro
asistencial, pero cada uno es responsable de su trabajo y de que salga lo mejor
posible sea de la envergadura que sea. A mi hermana le digo (que todavía se
descostilla de la risa cuando se acuerda de la anécdota): yo trabajo en Banco
Galicia; lo que sucede en Rossi no es mi responsabilidad. ¡He dicho!
viernes, 4 de mayo de 2012
Mi nombre no es Sam, es María Dolores
Toda mi vida fui
María Dolores Seoane. En la partida de nacimiento dice eso, en el DNI, en el
pasaporte, en la licencia de conducir. Mamá y papá me hicieron creer eso a lo
largo de más de veintinueve años; hasta que comencé a trabajar en Banco
Galicia.
Allí un
papafrita decidió que todas las direcciones de correo electrónico tendrían la
siguiente estructura: primer nombre, punto, apellido, arroba, banco galicia,
punto, com, punto, ar. Algo así:
Sin embargo, el
muy iluminado no reparó en que más del setenta porciento de las mujeres
llevamos como primer nombre María: María Susana, María Victoria, María
Loquesea. En mi sector somos siete Marías. Una sola es María pura cepa; las demás
somos María Algo.
Y desde hace
casi dos años que sufro de una crisis de identidad. Me llamaban por teléfono y
me preguntaban mi nombre y yo balbuceaba “ehhhh, Do..., Mmm, María. María Seoane”
(como James, James Bond).
Me odiaba,
odiaba al que me preguntaba, odiaba al responsable en Sistemas de este moco sin
precedentes. Me preguntaba cuan estúpida la gente pensaba que era por no saber
mi nombre. Hoy, veintitrés meses después, ya puedo decir “María” sin dudar,
pero cada vez es mayor la cantidad de personas y lugares donde me llaman por mi
primer nombre, dentro y fuera del Banco.
Cuando me
efectivizaron, además de ese logro conseguí una D en mi dirección de mail:
maria.d.seoane. Ni aumento, ni promoción, ni un cuerno; sólo una mísera
consonante identificatoria. Aun así, la gente me sigue diciendo María. No
importa que tenga la D en la dirección, ni que la firma diga “Prof. María
Dolores Seoane”. No, no, nada de eso: María y punto.
Je m’appelle Jordi
¿Cuál es la
técnica universalmente conocida para volver a conciliar el sueño cuando uno se
desvela? Correcto: contar ovejitas.
De la misma
manera, también muchas personas ponen en práctica tomar un vaso de leche tibia,
rezar un Padre Nuestro o – en el peor de los casos – entrarle a las mágicas e
infalibles pastilocas. Éstas sí que no fallan a menos que el grado de locura
sea extremo.
Sin embargo,
Dolores encontró OTRA técnica. Dolores soy yo; por supuesto. La pibita se
despertó a medianoche y de la nada se puso a conjugar el verboide Ser en... ¡¡francés,
mi gente!! ¿Ustedes lo pueden comprender?
Sí, así de
patológico es mi estado mental. Les describo la escena: Dolores ABSOLUTAMENTE
dormida, se despierta de la nada misma y arranca “Je suis; tu est; il est; nous
sommes; vous êtes; ils sont”. ¿Y creen que hasta acá llegó su locura? Claro que
no. Porque la muy loquita se acordó de que la pronunciación de sommes (se
pronuncia som, parce que -mmes final
ne se prononce pas) y de sont (parce que -nt
final ne se prononce pas), y no sólo eso: sino que repitió el versito “ne se
prononce pas” que le repetían sus profesoras de franchute en el colegio.
Hoy le conté a
una amiga que habla muy bien francés y se reía de mis locuras. Ingenuamente me
comentó: “No sabía que hablabas francés”. La realidad es que estudié (por
utilizar una palabra, pero la realidad dista bastante de ello) desde 1993 a
1997, pero de ahí a hablar el idioma es otro cantar. Me gustaban las clases
pero eran esas horas en que veinticuatro delicuentes tiraban abajo el aula por
eso no daba intentar aprender un idioma como una ñoña. Claramente, no era mi
estilo. Pero eso sí: un centenar de años después de eso, me desvelo y qué mejor
que conjugar un verboidecito como para matar el rato.
¡Ay, Dios y la
virgen! Sé que soy inofensiva, pero ante la duda voy a evitar comentarle esto a
la psicoloca. Temo que me indique una camisa de fuerza y un viaje al loquerito
sin escalas. C’ est la vie!
Suscribirse a:
Entradas (Atom)