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sábado, 31 de diciembre de 2011

Misión cumplida

Me propuse escribir e ir llenando este blog – idealmente – una vez por semana. Objetivo logrado.
No sé si logré el resto de mis pendientes; creo que varios siguen en el tintero para el 2012, pero éste lo cumplí.
Me alegra porque, verdaderamente, escribir me encanta. No sé si seré una bestselling author algún día pero estoy contenta con estas anécdotas que fui contando en estos meses.
Las resoluciones para el 2012 las planearé mañana; en el 2012. Por hoy, ya es suficiente. ¡Feliz 2012! Un año lleno de paz y armonía para todos.
Será hasta el año que viene J

Un año para recordar

No soy fanática de los balances de fin de año. Éste, sin embargo, tiene un saldo positivo en lo que a mí respecta.
No fue todo color de rosa; hubo altibajos. Así y todo, puedo decir que fue un buen año. Entre varias lecciones, rescato la siguiente:


jueves, 29 de diciembre de 2011

Buena señal…

…de que algo está bien. Eso es lo que estoy empezando a corroborar. Hoy jueves 29 de diciembre, me tomé mi último día de vacaciones pendiente de 2010.
Sin apuro me desperté y al ratito sms de Mechula que rezaba: “por favor! Por no venir hoy te perdiste de disfrutar con la belleza que tengo al lado! Si!!! Es Leila!!!
Ayer me junté a cenar con algunos de mis amigos del trabajo y estuvimos cuereando a una de nuestro sector y a su retoño. Hoy, como invocada, aparecieron las dos y yo…me la perdí!!

Lo anecdótico es que no resistí y llamé a la oficina para hablar con Mechi y después con Luchy. Juro que quería estar en la oficina en vez de en mi casa.
Eso es una buena señal; claro que sí. Cuando preferís estar con tus amigos en el trabajo y no en tu casa, es síntoma de que la pasás bien en tu trabajo. Sigamos así, entonces.

sábado, 24 de diciembre de 2011

Un día de paseo… ♪♫♪♫♪♫♪♫

El martes 20 de diciembre, aprovechando mis dos días de vacaciones, salimos a pasear con Valentina. Y para tales fines ¿qué mejor que llevar a una criatura de dos años y nueve meses a conocer el microcentro? No, claramente la idea fue insuperable; más si le sumamos un dato de color: hacía al menos 30º C.
Todo comenzó apenas pasado el mediodía en Paternal. Fui a buscar a la pequeña a su casa y de ahí nos tomamos el colequivo; el azul o el 105 rumbo al centro. La niña iba feliz, saludaba a todos los colectivos que pasaban y miraba a diestra y siniestra.
Bien a mi estilo, le dimos un toque pedagógico al viaje y le preguntaba de qué color eran los colectivos y los vehículos, quién veía un auto… (completar la frase con el color de su agrado). Realizamos todo ese viaje casi infinito desde La Paternal al microcentro para ir a visitar a Abi a su oficina. Cabe destacar que Abi es mamá, o sea, la abuela de Valentina.
Durante el viaje pasamos por la Plaza de los dos Congresos. ¡Ay, qué contenta se puso! Valentina; no Abi. Estaba chocha y dijo “Mirá la plaza. Hay calesita, hamaca, tobobán, subibaja”. Me maté de risa y contesté: “Ponele. En ésta hay piqueteros y mugre”, pero en términos generales las plazas tienen todo lo que Valen mencionó.
Llegamos a Plaza de Mayo y ahí fue nuestra parada. “Mirá las banderas”, repetía incansablemente. Quedé maravillada de cómo sabe, de cómo aprendió y aprende, y de cómo reconoce los símbolos patrios.
Después de estos tres hitos parecíamos recién llegadas de González Catán. Un detalle importante es aclarar que Valenchuchi nació en Barrio Norte, se cría en La Paternal y frecuenta asiduamente Belgrano. No, digo…no es que vive en un Tupper; tiene CCV (i.e. calle, cordón y vereda) para su corta edad. Sin embargo, creo que a esta edad todo le sorprende.
Finalmente, llegamos a Sarmiento y Reconquista a visitar a Abi, quien gentilmente nos estaba esperando en el lobby del edificio. Pasamos por los molinetes y éste también fue un hallazgo para la chiquita. Nunca vi a Valen tan contenta. A pesar de mi pronóstico – cara de totó los primeros veinte minutos a cuanto se le acercara – saludaba y sonreía a cada uno que veía. A la vieja se le caía la baba cada vez que alguien le decía “ay, ¿es tu nieta? Es hermosa”. Todavía anda bastante ancha del orgullo y tiene que pasar de costado por las puertas.
Ahí nos quedamos un ratito y, souvenir encanutado, nos fuimos a comer a Mc Donald’s. Vale aclarar que hice todo este quilombete para garronear un almuerzo. Sí, soy buena hija y mejor tía pero todo tiene que tener su recompensa y si no es en esta vida, que al menos sea en la otra pero que haya alguna. Y una vez terminado el almuerzo…viaje de vuelta en subte. Ahí iban tía y sobrinas chochas cantando por Florida al son de “Tren, tren, tren; qué tren, qué tren, qué tren”. Se acuerdan de esa frase motivacional que dice “trabaja como si no necesitaras ese dinero, ama como si nunca te hubieran herido, y baila como si nadie te estuviera viendo...” bueno nosotras fuimos cantando como sin nadie escuchara y se diera cuenta de que parecíamos del campo.
El viaje desde Catedral hasta mi estación – Juramento – tiene 15 estaciones; para Valen sólo cuatro porque creo que en Facultad de Medicina me di cuenta de que estaba muy quietita y callada y de que serruchaba a lo loco. La señora que estaba a nuestro lado se reía de cómo raspaba esa criatura. Lamentablemente, se perdió de las escaleras mecánicas; ella porque yo las subí con el paquetito al hombro. Caminé las cinco cuadras hasta mi casa, hice malabares para sacar las llaves de la cartera, abrir la puerta, dejar los bártulos y acostarla. La apoyé gentil y dulcemente en mi cama y ahí nomasito abrió sus ojos. Miraba con cara de preocupación porque no sabía dónde estaba. Me encontró a mí y su sonrisa se dibujó de oreja a oreja. Creía matarla porque no es la primera vez que me hace esto: caminar con ella a cuestas y despertarse cuando la acuesto, valga el juego de palabras. Sin embargo, su sonrisa derrite todo mal en mi corazón.

Ya una vez en casa, vimos una película, jugamos y la bañé. En algún momento me plantée si había sido buena idea llevarla al centro. Creo que fue excelente. Por $2,35 ($1,25 de colectivo y $1,10 de subte) logré hacer feliz a esta criatura durante todo un día. Por mi parte, también disfruté bastante. Nunca me gustó tanto el microcentro como ese día.

domingo, 18 de diciembre de 2011

Te llevo en mi piel

El 14 de diciembre de 2009 rendí el último final de mi carrera. Después de mucho esfuerzo y mucho más tiempo logré terminar la carrera de Profesora en inglés. 
A los pocos días mi abuela quiso hacerme un regalo y, si bien yo no sabía qué quería, sabía que quería algo que me quedara para toda la vida. Y ahí fue que nació la idea del tatuaje. Gran parte de mi adolescencia y de mi vida adulta rechacé estas marcas en el cuerpo. Mi hermana se hizo uno ya de grande y las puteadas de mi viejo son imborrables en mi mente. 
Cualquiera podría decir que fue un acto de rebeldía tardía pero verdaderamente quería algo que me quedara para siempre y que representara lo que la docencia significa en mi vida.
Una vez resuelto el “objeto”, quedaba decidir el lugar en donde lo haría y qué símbolo me tatuaría. El lugar del cuerpo elegido fue la nuca ya que ahí lo podría mostrar u ocultar según mis ganas y mis necesidades.
Ahora sólo quedaba elegir el diseño. Después de mucho investigar, encontré en internet el significado de la flor de lis y su íntima relación con los principios y virtudes scouts.
La flor de lis es la insignia de compromiso de los Scouts. Los tres pétalos representan tanto los principios – Dios, patria y hogar - como las virtudes – lealtad, abnegación y pureza - de este movimiento. La línea central que divide el pétalo nos refiere al camino recto que se busca en la vida.
Los tres pétalos de esta flor para mí simbolizan la motivación, la perseverancia y la dedicación necesarias para poder ser una buena maestra. La línea central – al igual que los Scouts – se refiere a la rectitud que todo docente debe demostrar a sus alumnos.
El tatuaje está grabado en mi piel para siempre; la pasión por la docencia la llevo en mis genes. María Teresa Viñas Urquiza, mi gran profesora de Lingüística, mi modelo a seguir, condensó en un pequeño discurso lo que pienso, cómo siento y cómo viví la docencia: “When you teach all your personal problems and sorrows are forgotten; when you teach you set in motion what is best in you: values, ideals, passion, love… Teaching turns work into pleasure. Enjoy it.
Enseñar es mucho más que pararse en un aula frente a veinte niños o más; enseñar es ofrecer una parte de tu vida a la tarea, a acompañar a los alumnos en ese proceso, y a desafiar cualquier tempestad.



martes, 13 de diciembre de 2011

El secreto de mi éxito

Hace unos días escribí una nota sobre mi experiencia como docente (Ver Post Huellas en el alma). El 7 de diciembre, uno de los protagonistas me mandó el más hermoso de los mensajes.

Sergio Ronchi – el papá de Mateo - es una persona que adoro. Él, a su vez, adora a sus hijos pero fue el primer padre en demostrarle a su hijo lo que significa el respeto a su maestra; situación más que extraña en la Argentina actual.

No recuerdo por qué reté a Mateo; sería imposible recordar cada uno de los retos diarios a ese pequeño demonio, pero viniendo de él todo es posible. Sí recuerdo la nota que envió Sergio por cuadernos de comunicaciones; incluso una charla en la puerta del colegio. Palabras más, palabras menos le dejó en claro a su hijo que se jodiera por no obedecerme. Y también tengo grabado que en su mensaje explícitamente decía que tenía todo su apoyo para proceder de esa manera y de cualquier otra forma que considerara prudente.

Mi éxito no residió en ese episodio; mi éxito reside en que tengo gente que de alguna manera u otra me rodea y me escribe palabras tan hermosas como esas. ¡Gracias!

domingo, 11 de diciembre de 2011

Como el perro de Pavlov

Ivan Petrovich Pavlov fue un fisiólogo ruso que llevó a cabo numerosos estudios basados en el Condicionamiento Clásico.  Pavlov acuñó el término secreciones psíquicas, es decir, “las producidas por las glándulas salivales sin la estimulación directa del alimento en la boca”. Este fisiólogo llegó a la conclusión que cuando “en la situación experimental un perro escuchaba las pisadas de la persona que habitualmente venía a alimentarlo, salivaba antes de que se le ofreciera efectivamente la comida; no obstante, si las pisadas eran de un desconocido, el perro no salivaba”.
Bueno, yo no soy Pavlov; disto mucho de serlo porque para empezar soy argentina, no rusa. Valen mucho menos se la puede considerar un perro. Sin embargo, ella me hizo acordar a este fisiólogo y a este experimento. Obviamente, todo dentro de un marco familiar y nada experimental.
Hace unas cuantas semanas, estábamos cenando en la casa de mi abuela como comúnmente hacemos una vez por semana. No recuerdo con detalles qué sucedió ese día pero sí recuerdo que la pequeña estaba particularmente pesada: caprichosa, no quiso comer, no se quedó sentada y caminó durante toda la cena. Su tía, o sea, yo estaba bastante cansada y con pocas energías para tolerarla. Cuando mi paciencia llegó a su límite, me levanté de la mesa y le propuse ir a buscar el postrecito. Nota de color: en casa de mi abuela puede faltar cualquier cosa menos el jugo Cepita o el postre “para la nena”.
Allí fuimos a la cocina en busca de algún Shimmy, Danonino o dulce de Batata. Espontáneamente, nació un juego. Ella paradita enfrente mío; yo atrás de la puerta de la heladera abierta. Entonces, yo sacaba cualquier alimento y le preguntaba si quería eso que le ofrecía pero que no era su postre. Valen contestaba con un musical “nooooo”.
Eso fue todo. Finalmente, llevó su Shimmy a la mesa y ahí terminó. Hace unos quince días fuimos nuevamente a cenar a casa de mi abuela. Comimos empanadas, improvisamos un jugo porque esta vez no había y…el momento del postre. Dado que habíamos ido de compras a la tarde con Valen y mi hermana, y hacía un calor desmesurado, realmente estaba cansada. Valen también, pero eso no fue motivo para ir a la cocina en busca del postre y jugar un rato. De la manito me llevó, se paró en el rinconcito predeterminado y comenzó la diversión.
Mi pequeña no es el perro del experimento de Pavlov; pero sí es muy estructurada y, lo que para mí fue algo de un momento, ella lo internalizó como parte de la cena.


sábado, 10 de diciembre de 2011

Según el cristal con el que se lo mire…

El sábado pasado iba caminando a la casa de una amiga del trabajo. Ahí nos juntábamos unas cuantas para hacer el “pre” antes de la fiesta de fin de año del Banco.
A pocos metros de llegar a Cabildo, me entra un sms de Anto que rezaba “comprame un Phillip de 10, porfi”. Hasta acá podrían decir que todo normal. Sin embargo el contexto, los saberes previos o como quieran llamarlo casi me juega una mala pasada. En realidad, a mí no; a Anto.

La realidad es que leí el mensaje a las apuradas y cuando llegué al “comprame un Phillip” me detuve y mi cerebro entre sorprendido y desorientado pensó en un destornillador. No entendía nada. ¿Para qué diantres quería un destornillador? Dos segundos después me detuve en el “de 10” y ahí mis neuronas hicieron la sinapsis correspondiente y entendieron que se trataba de una caja de cigarrillos y no de un destornillador.
Imaginarán mi risa; en realidad sonrisa. No me avergüenza lo sucedido, simplemente concluyo que:
1. claramente no soy fumadora por eso no me decía demasiado la marca de los cigarrillos;
2. es evidente que me las arreglo sola; que en mi casa no hay un hombre pero sí una caja de herramientas y mucha voluntad de aprender a usar cada uno de sus componentes;
3. el contexto puede modificar sobremanera el resultado de una acción y ni que hablar de satisfacer los deseo de una persona.

sábado, 3 de diciembre de 2011

Perfección vs. Satisfacción

Mi casa es – hoy por hoy – mi lugar en el mundo. Es mi hogar, mi oasis, mi reducto. Amo cada rincón, amo su color y su paz. Tiene todo lo que necesito: luz desde bien temprano en la mañana hasta casi casi la noche en todos y cada uno de los ambientes (Una a favor: la quita de subsidios no me va a afectar demasiado porque es poco lo que prendo las luces J).
El baño – al igual que el resto - satisface y excede mis expectativas. Es amplio, cómodo y tiene ventana. Eso es doble punto a favor: se mantiene ventilado (a veces, bastante más de lo que me gustaría, sobre todo en invierno) y tiene mucha luz natural.
Sin embargo, eso mismo me trae una paradoja interna. La ventana está sobre la pared de la ducha. La ducha tiene una cortina. Está bien que viva sola y que si voy al baño, raramente cierre la puerta pero todavía la cortina sigue firme en su lugar. Creo que más por vagancia a tener que secar el baño luego que por otro motivo.
En fin, volviendo al tema, éste es el dilema: si dejo la cortina plegada, no se aprecia lo linda que es y  además se ve toda la ducha, la colección inmensurable de botellas de shampoo, y enjuagues, productos varios de perfumería, y el tender (no demasiado santo de mi devoción pero la solución perfecta para un departamento de metraje reducido). Pero me permite tener luz solar casi todo el día. Esto es bueno no sólo por el tema de los subsidios mencionados previamente sino que es eco-friendly y además es la mejor luz para verme pelos, granos y canas o a la hora de maquillarme.
Por el contrario, si la cierro, no me veo ni las canas, ni los pelos, ni los granos pero sí siento que no veo nada y que estoy dentro de una lata de tomates, por poner un ejemplo. Uno podría alegar que es preferible esto y no tener que enfrentar la realidad. ¿Qué quieren qué les diga? Así y todo, prefiero verme las imperfecciones y los signos visibles del paso del tiempo (canas y el hecho de no ver bien a la hora de maquillarme) a tener un ambiente de la casa con poca (según mis parámetros) luz.


Después de un difícil e inolvidable 2010, aprendí y sigo aprendiendo que es mejor la satisfacción personal que la perfección. Ergo, un baño lleno de luz es preferible a uno inmaculado, perfecto y, para mi gusto, un poco oscuro.