El martes 20 de diciembre, aprovechando mis dos días de vacaciones, salimos a pasear con Valentina. Y para tales fines ¿qué mejor que llevar a una criatura de dos años y nueve meses a conocer el microcentro? No, claramente la idea fue insuperable; más si le sumamos un dato de color: hacía al menos 30º C.
Todo comenzó apenas pasado el mediodía en Paternal. Fui a buscar a la pequeña a su casa y de ahí nos tomamos el colequivo; el azul o el 105 rumbo al centro. La niña iba feliz, saludaba a todos los colectivos que pasaban y miraba a diestra y siniestra.
Bien a mi estilo, le dimos un toque pedagógico al viaje y le preguntaba de qué color eran los colectivos y los vehículos, quién veía un auto… (completar la frase con el color de su agrado). Realizamos todo ese viaje casi infinito desde La Paternal al microcentro para ir a visitar a Abi a su oficina. Cabe destacar que Abi es mamá, o sea, la abuela de Valentina.
Durante el viaje pasamos por la Plaza de los dos Congresos. ¡Ay, qué contenta se puso! Valentina; no Abi. Estaba chocha y dijo “Mirá la plaza. Hay calesita, hamaca, tobobán, subibaja”. Me maté de risa y contesté: “Ponele. En ésta hay piqueteros y mugre”, pero en términos generales las plazas tienen todo lo que Valen mencionó.
Llegamos a Plaza de Mayo y ahí fue nuestra parada. “Mirá las banderas”, repetía incansablemente. Quedé maravillada de cómo sabe, de cómo aprendió y aprende, y de cómo reconoce los símbolos patrios.
Después de estos tres hitos parecíamos recién llegadas de González Catán. Un detalle importante es aclarar que Valenchuchi nació en Barrio Norte, se cría en La Paternal y frecuenta asiduamente Belgrano. No, digo…no es que vive en un Tupper; tiene CCV (i.e. calle, cordón y vereda) para su corta edad. Sin embargo, creo que a esta edad todo le sorprende.
Finalmente, llegamos a Sarmiento y Reconquista a visitar a Abi, quien gentilmente nos estaba esperando en el lobby del edificio. Pasamos por los molinetes y éste también fue un hallazgo para la chiquita. Nunca vi a Valen tan contenta. A pesar de mi pronóstico – cara de totó los primeros veinte minutos a cuanto se le acercara – saludaba y sonreía a cada uno que veía. A la vieja se le caía la baba cada vez que alguien le decía “ay, ¿es tu nieta? Es hermosa”. Todavía anda bastante ancha del orgullo y tiene que pasar de costado por las puertas.
Ahí nos quedamos un ratito y, souvenir encanutado, nos fuimos a comer a Mc Donald’s. Vale aclarar que hice todo este quilombete para garronear un almuerzo. Sí, soy buena hija y mejor tía pero todo tiene que tener su recompensa y si no es en esta vida, que al menos sea en la otra pero que haya alguna. Y una vez terminado el almuerzo…viaje de vuelta en subte. Ahí iban tía y sobrinas chochas cantando por Florida al son de “Tren, tren, tren; qué tren, qué tren, qué tren”. Se acuerdan de esa frase motivacional que dice “trabaja como si no necesitaras ese dinero, ama como si nunca te hubieran herido, y baila como si nadie te estuviera viendo...” bueno nosotras fuimos cantando como sin nadie escuchara y se diera cuenta de que parecíamos del campo.
El viaje desde Catedral hasta mi estación – Juramento – tiene 15 estaciones; para Valen sólo cuatro porque creo que en Facultad de Medicina me di cuenta de que estaba muy quietita y callada y de que serruchaba a lo loco. La señora que estaba a nuestro lado se reía de cómo raspaba esa criatura. Lamentablemente, se perdió de las escaleras mecánicas; ella porque yo las subí con el paquetito al hombro. Caminé las cinco cuadras hasta mi casa, hice malabares para sacar las llaves de la cartera, abrir la puerta, dejar los bártulos y acostarla. La apoyé gentil y dulcemente en mi cama y ahí nomasito abrió sus ojos. Miraba con cara de preocupación porque no sabía dónde estaba. Me encontró a mí y su sonrisa se dibujó de oreja a oreja. Creía matarla porque no es la primera vez que me hace esto: caminar con ella a cuestas y despertarse cuando la acuesto, valga el juego de palabras. Sin embargo, su sonrisa derrite todo mal en mi corazón.
Ya una vez en casa, vimos una película, jugamos y la bañé. En algún momento me plantée si había sido buena idea llevarla al centro. Creo que fue excelente. Por $2,35 ($1,25 de colectivo y $1,10 de subte) logré hacer feliz a esta criatura durante todo un día. Por mi parte, también disfruté bastante. Nunca me gustó tanto el microcentro como ese día.