El sábado pasado iba caminando a la casa de una amiga del trabajo. Ahí nos juntábamos unas cuantas para hacer el “pre” antes de la fiesta de fin de año del Banco.
A pocos metros de llegar a Cabildo, me entra un sms de Anto que rezaba “comprame un Phillip de 10, porfi”. Hasta acá podrían decir que todo normal. Sin embargo el contexto, los saberes previos o como quieran llamarlo casi me juega una mala pasada. En realidad, a mí no; a Anto.
La realidad es que leí el mensaje a las apuradas y cuando llegué al “comprame un Phillip” me detuve y mi cerebro entre sorprendido y desorientado pensó en un destornillador. No entendía nada. ¿Para qué diantres quería un destornillador? Dos segundos después me detuve en el “de 10” y ahí mis neuronas hicieron la sinapsis correspondiente y entendieron que se trataba de una caja de cigarrillos y no de un destornillador.
Imaginarán mi risa; en realidad sonrisa. No me avergüenza lo sucedido, simplemente concluyo que:
1. claramente no soy fumadora por eso no me decía demasiado la marca de los cigarrillos;
2. es evidente que me las arreglo sola; que en mi casa no hay un hombre pero sí una caja de herramientas y mucha voluntad de aprender a usar cada uno de sus componentes;
3. el contexto puede modificar sobremanera el resultado de una acción y ni que hablar de satisfacer los deseo de una persona.
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