Buscar este blog

miércoles, 28 de marzo de 2012

Sr. Colectivero, tóquese la nariz...


...si no tiene nada mejor que hacer con su manita. Eso fue lo que pensé todo el camino desde el club hasta la oficina.
Parece ser que el señor no conoce de la contaminación sonora, del manejo de la ansiedad, de la existencia de ansiolíticos. En su defensa, el tránsito era un caos, los colectivos salieron con bastante diferencia unos de otro de la terminal, y encima subían de a 5 en casi cada parada.
Y cuando la fila interminable, con los personajes de siempre (ver post No todo es como parece), subía lentamente este buen señor, con una ansiedad particular repetía “arribaaa”. Pero no sólo eso, no mis queridos amigos, todo el viaje - desde Av.del Libertador y Crisólogo Larralde (o Republiquetas para los más veteranos) hasta Av. Alem al 200 – rompió la paciencia con su reiterativo “pipiip” de la bocinita. ¡Sunescandalounabusoooooooo!
A pesar de todos estos avatares, ¿no sabe que por mucho tocar la bocina es posible que los autos, taxis, colectivos, motos y sidecars no avancen? Si le cuesta entenderlo, venga que se lo explico, pero, por favor, ¿me haría el favor de aflojarle a la bocina? Doy por concluida mi reflexión; no quisiera excederme.

sábado, 24 de marzo de 2012

La lluvia es sólo eso: Lluvia

Y de la misma manera, el pelo es simplemente pelo. Si se cae cera depilatoria en el pelo, tijeretazo y ¡listo!
No dejemos que nimiedades como éstas nos quiten la sonrisa. La lluvia pasa, el pelo crece. Pero el tiempo se va y uno nunca recupera ese momento para intentar ser un poco más feliz. Yo comencé hoy, luego de mejorar un corte de pelo inmaculado con un peculiar tijeretazo :)

viernes, 23 de marzo de 2012

No todo es como parece

La verdad es que no soy partidaria de las conversaciones, discusiones o debates de índole político. No me gusta, me llena el alma de amargura. A tal punto que me molesta el uso de una maravillosa herramienta de ocio laboral como es Facebook con fines políticos, a favor y en contra. A llorar, a la iglesia; a putear, por la ventana.
Como no tengo una orientación política definida, trato – en la medida de lo posible – ni hablar a favor ni hablar en contra. Sin embargo, en este caso, voy a darle a mi amiga personal Cristina un poco de crédito, destacar un punto positivo en toda esta gestión. Es por eso que hace un tiempo que vengo reflexionando sobre las bondades de la tarjeta SUBE, tan en boga últimamente.
Para contextualizarlos un poco, SUBE es el Sistema Único de Boleto Electrónico, y surgió como consecuencia de la reiterada y ya casi alarmante falta de monedas. Gracias a esta tarjeta, los usuarios de todos los medios de transporte podemos disfrutar más de nuestros viajes porque es más rápido, más cómodo por el simple hecho de que genera menos esperas a la hora de obtener un boleto (is that so?), más seguro dado que los usuarios hacemos menos uso de efectivo, y más ecológico porque se imprimen menos tickets. En términos generales, gracias a este novedoso método, viajamos mejor. ¿Viajamos mejor?
Además de todas estas bondades y del subsidio que vamos a poder continuar gozando, se utiliza tanto en colectivos, trenes y subtes. Pero no sólo eso; ¡No, señor! También es muy útil para evitar que las personas con manitos de manteca - o mal de Parkinson, en el peor de los casos - dejen caer la parva de monedas justo frente a la máquina con una cola de no menos de diez personas detrás. Es recomendada para el Papafrita-saco-las-moneditas-frente-a-la-máquina que, a pesar de haber esperado el bondi cincuenta minutos reloj, saca las monedas en el mismo momento que le pide su pasaje al Sr. Colectivero. Y por supuesto, siempre se le caen, o no las encuentra, o son falsas y la máquina las escupe sin piedad.
Hoy elijo este espacio para dejar de lados las diferencias políticas y agradecer por este maravilloso método de pago. ¡Gracias, SUBE, por hacer nuestros viajes más cómodos y mejores!

La imagen es porque no se la cree ni ella



A mi público me debo

Cuando comencé a escribir en este blog, nunca lo hice con la idea de tener gente atrás leyéndolo. Fue, en principal y única medida, una manera de llevar adelante un hobby de un modo más aggiornado, y no caer en el cuaderno y la lapicera que seguramente utilizaban grandes amantes de las letras como María Elena Walsh o María Esther de Miguel como para nombrar a algunas.
Pero ayer esa irrealidad llegó a su final, cuando mi hermana me comentó que sus amigas del trabajo – en realidad mencionó a Caro, pero puede estar el resto de las secuaces – preguntan asiduamente si “¿tu hermana escribió algo nuevo en el blog?”. ¡Sudor frío por la espalda, argentinos y argentinas!
La sensación fue ambivalente. Por un lado, un halo de esperanza en mi camino ya que algún día puedo llegar a ser famosa y vivir de una pasión reprimida como es escribir. Por el otro, sentí el peso en mis hombros y espalda. ¡Comprendí lo que es la presión de la Mirtha! Mirtha, la única, la mejor, la Legrand.
Ahora entiendo que debo estar siempre perfecta, siempre inmaculada, con una sonrisa dibujada en mi rostro, peinada a la perfección (por Giordano, claramente) y depilada (prometo pasarme la Epileidy sin falta hoy mismo). Sin embargo, lo más importante es que consiga a unas Elba y Elvira, y la infaltable rosa blanca urgentemente. La Mirtha no es nadie sin ellas; yo tampoco podría serlo. Hoy mismo, Epileidy en mano, me pongo en campaña.
A mis fieles seguidores y seguidoras, prometo entregarles lo mejor, llenarlos de imperdibles anécdotas. ¡A ustedes me debo!


miércoles, 21 de marzo de 2012

Desfragmentando el rígido

Hace tiempo ya que me dicen que tengo una memoria prodigiosa, envidia de varios. Para mi tía Ale, soy “Funes, el memorioso”. Datos curiosos y no tanto, información relevante y de la otra, detalles con y sin sentido son diariamente almacenados en mi memoria. La de los elefantes, creo, es un poroto al lado de la mía. Y hoy, esa sospecha llegó a su punto cúlmine.
Siguiendo mi rutina semanal, hoy miércoles me levanté temprano y cumplí con mi hora sagrada de natación. Luego de la clase, vino el baño-ablande a los tiros, me vestí y salí a tomar el 130 nuestro de cada miércoles. Inusitadamente, llegó casi sin demora y casi sin pasajeros, y yo más feliz que niño en Navidad me fui con todos mis bártulos a acomodarme en un asiento individual.
En la segunda parada, subió un hombre de unos cuarenta años. Todo indicaba normalidad salvo por el simple hecho de que enseguida le vi cara conocida. El susodicho se acomodó en un asiento doble a la misma altura de donde me encontraba yo. Gracias al avance de la ciencia, a mi oftalmólogo y a la cirugía láser que hace tres años me corrigió un astigmatismo machazo, pude alcanzar a ver la tarjeta de acceso que llevaba prendida de su cinturón. Sí, esas tarjetas identificatorias que varias empresas utilizan para permitir el ingreso y salida de sus empleados al edificio de la compañía. La misma rezaba “Pluchinotta, Leonardo”.
¡Pero, claro! El condenado éste era – en realidad, sigue siendo – el padre de un alumno que tuve allá lejos por 2008. ¡Sí, señores! Hasta ahí llega mi memoria. No sólo recordé la cara, recordé el nombre de mi alumno – Marco, cómo para olvidarlo – sino que también recordé que este buen hombre trabajaba en Telmex y ahora su tarjeta era de Claro. ¿Alguien puede entender este lujo de detalle? ¿Para qué me sirve? ¿Por qué mi ya agotado cerebro se empeña en guardar estos datos que a nadie le importa y que, claramente, de poco o nada me sirven?
Esto hoy puede resultar anecdótico, simpático inclusive. Sin embargo, cuando llegue a una edad más que respetable, esa edad en que te acordás de lo que hiciste allá por 1930 cuando tenías 10 años y tu abuela te daba vino caliente antes de ir a la escuela, pero no te acordás qué almorzaste ese día este problema va a ser bastante más grave creo yo y un rígido de 5TB (cinco terabytes) no me va a alcanzar para archivar toda la data que fui almacenando con el correr de los años.
Juro que me propongo, hablo conmigo misma, le hablo a mi cerebro y trato de convencerlo que si es astuto va a dejar ir este tipo de información pero no hay caso. Estoy empezando a creer que tengo que idear una manera de poder eliminar la información irrelevante almacenada de tanto en tanto. Algo así como desfragmentar el rígido cuando la compu anda lenta como una carreta. Si alguien sabe de algún método sin tener que caer en una lobotomía, tenga a bien comunicarse por mail, sms o comentario en algún post que será más que agradecido.


viernes, 16 de marzo de 2012

Amor a primera vista


¿Existe el amor a primera vista? ¿Alguien cree en el amor a primera vista? Yo no hasta que lo conocí hace tres años; Valen me enseñó que existe el día que nació.
Algún día, vas a aprender a leer y vas a enterarte de la existencia de este blog. Ese día quiero que sepas todo lo que significás en mi vida desde el primer momento que te vi.
Mi negra preciosa: en cuanto Abi te puso en mis brazos, te amé y comencé a llorar desconsoladamente de la emoción. Después de nueve meses y una tarde interminable de trabajo, llegué al Otamendi a conocerte. Nunca un viaje en subte de José Hernández a Facultad de Medicina me resultó tan largo.
Estabas despeinada, cachivache de mi corazón, roja, hinchada, parecías el Bodoque de “La Era del hielo”, tenías los pelos renegridos como vos sola. ¡Eras feíta! Sin embargo, siempre supe que tendrías mucho potencial. Bien bajito y en secreto, me acerqué a tu oído y te dije: “la tía siempre te va a amar, por más fea que seas”.
Y así fue y así es: te amo con todo mi corazón. Tres años después, con orgullo puedo decir que tengo la mejor sobrina del Universo. Sos linda, sos dulce, sos rea, sos simpática, sos testaruda, sos ADORABLE.
Dicen que el amor materno es el más puro y desinteresado. En lo que a mí respecta, el amor que siento por vos es igual de incondicional. Siempre vas a ser mi “Turu”. Siempre, siempre, siempre vas a poder confiar en mí con la tranquilidad que daría mi vida por vos. Pequeña de ojos vivaces, ¡que los cumplas muy feliz! Ser tu tía es mi mayor orgullo.

miércoles, 14 de marzo de 2012

¿Qué te puedo decir?

Éste fue el diálogo con mi jefa, hoy:

Erica: Pero, Dolo, decime ¿es buena?

Dolo: Y, Eri, es mi amiga. ¿Qué te puedo decir? Para mí es la mejor.

Sencillamente, es lo más objetiva que puedo ser.

sábado, 10 de marzo de 2012

Avísenle que es más arriba

¿Lo soñé? ¿Es creencia popular? (Como la historieta de untarte con tomate para aliviar las quemaduras solares que me enseñó mi abuela) ¿Es un mito urbano? Lo cierto es que a mí me contaron que los ciegos por no hacer uso de uno de los sentidos tienen el resto más desarrollados. Es por eso que tienen una agudeza superior en cuanto al tacto, al olfato, al gusto y a la audición.
Bueno, entonces que alguien le avise al murciélago vecino de este detalle peculiar porque el muy papafrita se choca constantemente con la persiana de mi dormitorio, y así interrumpe mi ya alerta y sobresaltado sueño.
Sí, estoy durmiendo superficialmente como hace ya casi dos años y…PUM; minutos después…segundo PUM. ¿Y el olfato para distinguir el hormigón de las paredes de la madera de la persiana? ¿Y el tacto en las diversas texturas? ¿Y el GPS y su inconfundible “recalculando”?
Perejil, ¿qué andás tomando? ¿Será algún miorrelajante para suavizar la contractura que te produce el dormir patas para arriba? Me banco tu cacota, tus ruiditos molestos de roedor pero no me jodas con la persiana. Probá con darle a tu aterrizaje unos veinte centímetros hacia el norte y estaré eternamente agradecida.

N.del. A: Evito adjuntar imagen alguna porque estos bicharracos además de ser medios nabolettis son feos como ellos solos. 

Hacia la inmortalidad

“Plantar un árbol, escribir un libro, tener un hijo”. Éstas son las tres acciones que –según José Martí – toda persona debe lograr antes de morir para transcender.
En mi caso, te cambio el árbol por las plantas de menta y de ciboulette que tengo en el balcón. No es conformismo; simplemente es lo poco que puedo plantar y mantener vivo en un modesto balcón francés.
En cuanto al libro, creo que un blog es la manera moderna y en boga de cumplir con ese objetivo. Con un poco de viento a favor, algún día edite un libro con todas las anécdotas que fui recolectando.
Eso sí: el hijo te lo debo; capaz uno de estos días te sorprenda (creo que nos sorprendemos varios y me incluyo). ¿Estoy ahora habilitada para pasar a la inmortalidad?


lunes, 5 de marzo de 2012

Servicio de información

Hace poco más de un mes, a principios de febrero, en Capital Federal, Gran Buenos Aires y varias provincias del país, nos fumamos una seguidilla de días a pura lluvia, tormentas y complicaciones varias.
Como suele suceder, hubo calles anegadas, el subte funcionaba peor que lo habitual, los colectivos no paraban y, si lo hacían, venían hasta el copete, inundaciones, autos nadando por las calles a la deriva y tantas otras particularidades.
A mí, me agarró en un negocio pero con un par de zapatos aptos para sumergir. Y así fue que me cambié los tacos tan monos que tenía puestos por las zapatillas y emprendí la vuelta a casa. Una cuadra y media antes de llegar, el agua ya me llegaba a la altura de las posaderas. Quiero aclarar que – según las últimas mediciones – el centímetro del nutricionista acusó 1.72 metros de altura. ¡Y eso no es poco!
La noche anterior, una gentil voz me informó por teléfono que se pronosticaban tormentas para esa noche y los días siguientes. Recomendaba que no saliera a menos que fuese estrictamente necesario y que evitara sacar la basura.
Dado que el amable señor hizo la llamada después de las once de la noche y que yo ya estaba enfundada en mis aposentos y maldiciendo a los diez mil demonios porque algún cabeza fresca – entiéndase por esto a madre, padre o hermana – había decidido llamar a en un horario poco decente, no tenía la más mínima intención de salir a ningún lado; menos a la calle.
Hoy – con pronóstico de fumarnos otra seguidilla de días de lluvia – recibí la misma llamada, del mismo gentil señor. Soy sincera: cuando la empecé a escuchar sabía lo que tenía para decirme y corté la comunicación antes de que terminara. Hasta ese momento, me estaba debatiendo entre quedarme en casa o ir al gimnasio. ¡Gracias, extraño de voz sensual! Me quitaste un peso de los hombros: me quedo en casita, disfrutando de este momento y sin el cargo de conciencia por no ir al gimnasio.

¿Con nombre propio?

¿Alguna vez notaron que una persona tiene un nombre y un apellido que la identifica hasta que se convierte en padre o madre? Luego de este punto de inflexión en la vida del ser humano, ese distintivo cambia. Nunca lo había pensado detenidamente; nunca hasta hace muy poquito.
Como ya todos sabrán, tengo una sobrina – Valentina – de casi tres años; como algunos sabrán, soy Profesora de inglés, docente hasta los tuétanos aunque ya no ejerza. Es por eso, por esos vicios de la profesión, que la mayoría de los juegos que tenemos con mi pequeña revoltosa tienen algún fin pedagógico.
Uno de nuestros divertimentos favoritos tiene que ver con los colores. La chiquita cuando se da cuenta de que me van a buscar inocentemente le pregunta a la mamá “¿mamo a cuscar a Dolo?”, y en cuanto me subo al auto pregunta: “¿un ato vede?” Y ya sé que está lista para jugar a nuestro juego llamado ¿Quién ve un auto...? (elegir el color de su preferencia). Así corroboré que sabe los colores y – fundamental – de que no es daltónica ni por asomo. Muchas veces pregunta “¿qué color el ato?” Y si es rojo, le digo que es de otro color y ella dice “nooo, es rojo”. Pero por lo menos yo descanso en que la criatura distingue los colores y sabe que su tía está loquísima.
También le gusta que le cante la canción del tiburón por quincuagésima vez. No es que sea cantante lírica, o que posea una voz privilegiada. ¡Qué esperanza! Cantante de ducha y no pidamos más. Sin embargo, disfruta de mi interpretación y de mis habilidades a la hora de bailar.
Así inventamos varios juegos para pasar el rato cuando viajamos en auto a la casa de mi tía Ale, a la quinta de papá o a la casa de Abi. No es que vivamos en ciudades o provincias diferentes; cuanto mucho nos separan apenas 80 km, pero es lo suficiente para jugar un rato bastante largo.
Durante estos meses de verano, nos estamos viendo bastante y casi todos los sábados y domingos me pasan a buscar para ir a alguno de los lugares mencionados. Un día, ya aburrida de buscar el “ato vede” o de hacer la mímica del tiburón, de cantar la canción de los nombres de los dedos de las manos, le pregunté cómo se llamaba su mamá y su papá. Y aquí surge mi gran asombro.
Ingenuamente le pregunté: “¿y él cómo se llama?” A lo que contestó: “Papá”. “¿Y ella cómo se llama?” “Mamá”, fue su respuesta. Acto seguido le dije: “Nooo, Alejandro Ercoli” y “Victoria Seoane”, en referencia a su papá y a su mamá respectivamente.
Lo que más llamó mi atención fue el instantáneo rechazo que le generó estos dos nombres y que seguía insistiendo en que se llamaban Papá y Mamá; incluso se enojó conmigo por contradecirle. Le costó internalizar que mamá y papá son personas con identidad propia. Ahora me ve y me pregunta cómo se llaman sus padres. Y si le llego a decir cualquier otro nombre me corrige.
Si lo sigo pensando, también ellos son responsables de este cambio de identidad. Muchas veces me sucede que si me llama Papá al celular y me tiene que dejar un mensaje de voz siempre dice: “Hola, Dolo. Soy Papá”. ¡Como si no lo supiera! Si madre me manda un mail firma “Mamucha”. Nosotros, los hijos, les cambiamos su nombre, pero ellos lo permiten gustosos.
Uno cree venir a este mundo para ser un individuo con una identidad propia. Bueno, vayan sabiéndolo: ese será el distintivo particular hasta el día en que sean padres. Después de eso, ya nunca nada será como antes; incluso sus nombres.

jueves, 1 de marzo de 2012

Un plus de positivismo

Atreverse a ser diferente

Hoy fue un día particularmente especial: me tomé el atrevimiento de vivir al revés del resto de los mortales.
Muchos sabrán – y los que no les cuento – que hoy arrancamos el mes con paro de Subtes. Los oriundos de esta ciudad sabemos que eso implica un colapso nacional. Sin embargo, eso no fue todo. ¡No, señores, no!
Ayer me fui a dormir muy cansada y con esa sensación de necesitar un buen abrazo que no había, por otro lado. Pero no importa, sin abrazo, con dolor de cuerpo y con la certeza – gracias a Crónica TV – de que no iba a haber subtes a la mañana siguiente decidí cerrar los ojos y dedicarme a descansar.
Sonó el despertador un rato antes de lo habitual y en ese momento, no sólo persistía el dolor en el cuerpo, sino que San Pedro había decido regar las planta bien temprano a la mañana. Cuando vi la calle mojada, escuché los bocinazos de autos, taxis y colectivos y entendí que el paraguas y el impermeable serían mis compañeros de aventura durante ese día, tomé la firme determinación de evitar que el malestar generalizado me afectara, y dibujar una enorme sonrisa en mi cara a lo largo de todo el día.
Y así fue que salí rauda con mis dos amigos inseparables y llegamos a la estación Belgrano R donde iba a incursionar por primera vez en mi vida en la línea Mitre. Las caras llegaban al piso en la boletería y en el andén. El malestar se incrementó cuando una voz masculina, y bastante hosca por otro lado, anunció que el servicio estaba suspendido. Cinco minutos más tarde “el tren procedente de Drago” estaba demorado. Y llegó nomás pero era una lata de sardinas. Entraron algunos apiñaditos; otros decidimos esperar el siguiente que estaba suspendido y luego demorado y luego llegó. Cartera, paraguas y sonrisa a cuestas entré en el no tan lleno vagón. A las dos estaciones, un asiento se desocupó y una sonrisa se sentó en ese espacio.
Al llegar al Banco todo era quejas, comentarios, vituperios en los pasillos, en el comedor, y en Facebook. Yo, por mi parte, feliz de poder seguir con una sonrisa y sin ganas de quejarme.
La vuelta fue más o menos lo mismo. No había subtes, tampoco había ganas de caminar hasta Retiro, pero sí había muchas personas para subir al 152. Y subí, otra vez con una sonrisa. Llegué bastante rápido teniendo en cuenta el tránsito que había; me senté al rato; la sonrisa no se borró en todo el recorrido de mi cara. Pero, ¿saben qué aprendí? No hay nada mejor que ir al revés de la corriente y poder sonreír a lo largo de todo el día cuando no se ven más que ceños fruncidos, estados de Facebook quejumbrosos y mala onda a diestra y siniestra. Eso, no tiene precio para todo lo demás existe Mastercard.