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miércoles, 18 de enero de 2012

...y a Dios lo que es de Dios

Querida Hermana mía:

Retomando este tópico en el que me embarqué hace unos posts atrás, debo pedirte encarecidamente que empieces a asignarle a las personas roles específicos según las habilidades que cada uno posee.
¿A qué se debe este pedido? A tu marido. Sabés que es un gran compañero de ruta, que es un excelente padre pero el pobre chico no posee determinadas habilidades. Mandarlo a comprar ropa de nena solo, sin el consentimiento de una mirada femenina, sin la palmada aprobatoria en la espalda tuya, de su madre, su suegra o – en el peor de los casos – una vecina es una de éstas. ¡Una locura con mayúsculas!
Ayer – martes 17 de enero de 2012 – te fuiste sin más al médico y nos dejaste cual séquito privado de mayordomo y doncella a Ale - mi cuñado, tu marido, el padre de tu hija - y a mí al cuidado de la chiquita. Como buena cuñada piola, me ofrecí a llevarme a Valen a lo de Chicha – la bisabuela en cuestión - mientras Ale se iba a elegir unos CDs y a aprovechar un poco estar él solito y su alma. Algo así como un retiro espiritual pero con él mismo, con su otro yo y dejar de lado los cuestionamientos existenciales femeninos, el gran problema todavía sin solución de los pañales o las canciones de Adriana.
Sin embargo, la vida no siempre es tan generosa porque, hermana querida, lo mandaste sin piedad a comprarle una musculosa rosita a la pequeña. Ante esa cara de preocupación, de desconcierto, de ultrajo a la libertad masculina, me vi en la obligación de ofrecerle mi ayuda y guía incondicional para ir a Cheeky. Primera escala: Musimundo. Le di tiempo y espacio suficiente para que eligiera sus CDs mientras Valen y yo mirábamos los infantiles. Si bien no encontró nada de su agrado, terminó comprando un DVD para la chiquita malcriada. Repito: es un excelente padre y esto es otro ejemplo de ello.
Segunda parada: Cheeky. Por orden de aparición, Valen, yo y atrás Ale ingresamos al local. En seguida se acercó una vendedora y amablemente le preguntó “Sí, ¿te puedo ayudar en algo?”. Me pregunto porqué se le acercó directamente a él. ¿Le vio cara de adinerado? ¿Le tenía ganas? ¿Me vio pinta de indigente? Las dos primeras cuestiones no me preocupan tanto como la última. Espero que no haya sido eso lo que motivó a la amable vendedora. Espero que no te ofendas con mi comentario pero ¡qué tupé de pensar que estoy al borde de la indigencia el de la vendedora!
A esa pregunta este pobre hombre desamparado en un negocio que exudaba estrógenos por doquier respondió con cara de desconcierto “ehhhh, una musculosa rosa pero...preguntale a ella” (y el dedo acusador iba directamente dirigido en mi dirección).
Ahí entró Tía Dolo “to the rescue”; al rescate del guardarropas de la nena pero, principalmente, al rescate de un hombre sumamente dubitativo.
El proceso después fue bastante simple: elegimos musculosa, descartamos shorts y bermudas, elegimos un vestido. Con sumo respeto, elegí las prendas pero consultaba costos y chequeaba con la chiquita que le gustara aunque a todo me contestó con su característico “no quere”, bien enfático e imperativo si vale la aclaración.
Querida hermana, sabés que te quiero, que te respeto pero sabé una cosa: “Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. Te dejo dos recomendaciones: la ropa de nena la comprás vos o cómprenla juntos y, por favor, dale a este hombre un pibe, una personita de su mismo género, un varón y después sí mandalo a comprar pero unos botines o una pelota de fútbol, o unos calzones de Batman. Es un consejo; manejate pero pensalo.

Te saludo muy afectuosamente
Dolito

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