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jueves, 24 de mayo de 2012

Mejor en bici


Así como el Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires hace un tiempo lanzó el programa Mejor en Bici – una práctica sustentable en la que se fomenta el uso de la bicicleta como transporte saludable, ecológico y rápido – yo opté por difundir mi propio proyecto: Subte del or...no me vas a arruinar el día.
¿En qué consiste esta iniciativa? Básicamente, en utilizar la bicicleta para ir y volver del trabajo, ir al club o a cualquier otro lugar sin que los contratiempos del tránsito, los paros de subte y los humores cambiantes – más cambiantes que embarazada primeriza - de los delegados de Metrovías entorpezcan mi rumbo.
Así pues, y como no me alcanzan mis ingresos mensuales para comprar y mantener un auto ni un sidecar, realicé una pequeña inversión y mandé a poner a punto mi vieja y querida bicla. De esta manera, procederé a utilizar lo menos posible los medios de transporte público al mismo tiempo que oxigeno mi cerebro antes y después de las jornadas laborales, y tonifico mis ya no tan tonificadas nalgas. Sin dudas, esto es una win-win situation.

PD: Prometo registro gráfico

miércoles, 16 de mayo de 2012

Dime dónde trabajas…


Corría el mes de marzo cuando una lumbalgia desfachatada me impidió ir a trabajar y me tuvo en cama un día. Como ya mi cuerpecito venía dando señales de molestias varias, el día anterior tuve consulta con la reumatóloga que, con mucho criterio, me mandó a hacerme un espinograma y una radiografía panorámica.
Ya que no había ido a trabajar, después del mediodía tomé coraje y fui al centro de diagnóstico por imágenes que queda a unas cinco cuadras de casa. Allí iba yo, despacio y respirando hondo entre paso y paso para intentar que me doliera menos la cintura.
Llegué al centro de diagnóstico, tomé al ascensor y me dirigí a la recepción donde me iban a realizar los estudios. La persona encargada de este menester administrativo – un NN masculino él – toma las órdenes, me pide la credencial de la obra social, que firme en el reverso de la papeleta y toda esa información (que, por otro lado, nunca entendí para qué diantres la piden) que suelen solicitar.
Tomé asiento y esperé pacientemente mi turno. Sale una persona de un box, me llama y en menos de diez minutos el espinograma ya estaba hecho. Me vuelvo a sentar y no había terminado de sacar el libro que nuevamente escucho mi nombre. Esta vez era el turno del la radiografía panorámica. Mi pregunta fue ¿panorámica de qué y para qué? Ya se van a enterar.
Entro al consultorio, la médica me dice “seguime, María” (ésta también continua creándome un conflicto de identidad). La sigo obedientemente y me entrega un chaleco para que me pusiera por sobre mi ropa. Sin embargo, este chaleco no era nada normal. Digamos, en cuanto a fisonomía sí, pero pesaba una tonelada y media. Mis lumbares agradecidas… Me coloco el chaleco y me da una especie de forro de celofán que tengo que colocar en un dispositivo raro. Me dice: “abrí la boca y apoyá el paladar acá” (mientras señala el aparatejo). Nuevamente, sumisa y obedientemente, hice lo que me pidió y para mis adentros me preguntaba “¿Para qué… (complete la frase con el vituperio de su agrado) tengo que hacer una panorámica de la boca?” No hubo respuesta; tampoco pregunté, a decir verdad, pero el sólo hecho de tomar imágenes de mi boca no era compatible con el dolor lumbar. 
La incógnita se develó casi diez días después cuando volví a consultar a la reumatóloga con todos los resultados. Miró el espinograma, leyó el informe y me tranquilizó cuando dijo que estaba todo casi normal. Después analizó una resonancia que me había hecho en otra oportunidad. Finalmente, tomó la panorámica. ¡Ahhh! Momento sublime cuando vio todos mis dientecitos… Con cara de mezcla “¿me estás jodiendo?” y sorpresa me miró y me dijo “¿Y esto qué es?” Pobrecita, Dolores, con toda la candidez del planeta le dijo “Y ¿qué sé yo? Vos me mandaste a hacer una panorámica”. La respuesta fue merecedora de un Oscar: “sí, pero de cadera”.
La verdad me sentí una ignorante, una despistada por dejarme radiografiar sin controlar, pero en mi defensa quiero aclarar que no leí la orden, que no era mi obligación leerla y que no trabajo en el Centro de Diagnóstico Rossi como para tener que estar controlando qué y qué no me radiografían. 
También en mi defensa puedo mencionar que el recepcionista no era la persona más lúcida del planeta. Como si fueran pocos los conflictos con mi nombre, a eso le tenemos que sumar los embrollos que genera mi apellido. No es que sea ultrahiperarchicomplejo; en absoluto. Simplemente tiene tres vocales juntas y la gente cuando lo oye entra en estado de trance y no sabe cómo escribirlo. Por eso cuando me preguntó mi apellido dije “Seoane” y automáticamente comencé “S-E-O-A-N-E”. Nótese que la primera letra es la S: S de sandía, de susto, de ¡SALAME! Este NN – Natalia, Natalia o nabo, nabo – escribió en todas las órdenes Ceoane, con C: C de casa, de cuco, de corto (y no de estatura sino de mentalidad).
Ya sé: si fuese más iluminado, estaría dirigiendo el país y no ingresando órdenes en un centro asistencial, pero cada uno es responsable de su trabajo y de que salga lo mejor posible sea de la envergadura que sea. A mi hermana le digo (que todavía se descostilla de la risa cuando se acuerda de la anécdota): yo trabajo en Banco Galicia; lo que sucede en Rossi no es mi responsabilidad. ¡He dicho!

viernes, 4 de mayo de 2012

Mi nombre no es Sam, es María Dolores


Toda mi vida fui María Dolores Seoane. En la partida de nacimiento dice eso, en el DNI, en el pasaporte, en la licencia de conducir. Mamá y papá me hicieron creer eso a lo largo de más de veintinueve años; hasta que comencé a trabajar en Banco Galicia.
Allí un papafrita decidió que todas las direcciones de correo electrónico tendrían la siguiente estructura: primer nombre, punto, apellido, arroba, banco galicia, punto, com, punto, ar. Algo así:
Sin embargo, el muy iluminado no reparó en que más del setenta porciento de las mujeres llevamos como primer nombre María: María Susana, María Victoria, María Loquesea. En mi sector somos siete Marías. Una sola es María pura cepa; las demás somos María Algo.
Y desde hace casi dos años que sufro de una crisis de identidad. Me llamaban por teléfono y me preguntaban mi nombre y yo balbuceaba “ehhhh, Do..., Mmm, María. María Seoane” (como James, James Bond).
Me odiaba, odiaba al que me preguntaba, odiaba al responsable en Sistemas de este moco sin precedentes. Me preguntaba cuan estúpida la gente pensaba que era por no saber mi nombre. Hoy, veintitrés meses después, ya puedo decir “María” sin dudar, pero cada vez es mayor la cantidad de personas y lugares donde me llaman por mi primer nombre, dentro y fuera del Banco.
Cuando me efectivizaron, además de ese logro conseguí una D en mi dirección de mail: maria.d.seoane. Ni aumento, ni promoción, ni un cuerno; sólo una mísera consonante identificatoria. Aun así, la gente me sigue diciendo María. No importa que tenga la D en la dirección, ni que la firma diga “Prof. María Dolores Seoane”. No, no, nada de eso: María y punto. 

Je m’appelle Jordi


¿Cuál es la técnica universalmente conocida para volver a conciliar el sueño cuando uno se desvela? Correcto: contar ovejitas.
De la misma manera, también muchas personas ponen en práctica tomar un vaso de leche tibia, rezar un Padre Nuestro o – en el peor de los casos – entrarle a las mágicas e infalibles pastilocas. Éstas sí que no fallan a menos que el grado de locura sea extremo.
Sin embargo, Dolores encontró OTRA técnica. Dolores soy yo; por supuesto. La pibita se despertó a medianoche y de la nada se puso a conjugar el verboide Ser en... ¡¡francés, mi gente!! ¿Ustedes lo pueden comprender?
Sí, así de patológico es mi estado mental. Les describo la escena: Dolores ABSOLUTAMENTE dormida, se despierta de la nada misma y arranca “Je suis; tu est; il est; nous sommes; vous êtes; ils sont”. ¿Y creen que hasta acá llegó su locura? Claro que no. Porque la muy loquita se acordó de que la pronunciación de sommes (se pronuncia som, parce que -mmes final ne se prononce pas) y de sont (parce que -nt final ne se prononce pas), y no sólo eso: sino que repitió el versito “ne se prononce pas” que le repetían sus profesoras de franchute en el colegio.
Hoy le conté a una amiga que habla muy bien francés y se reía de mis locuras. Ingenuamente me comentó: “No sabía que hablabas francés”. La realidad es que estudié (por utilizar una palabra, pero la realidad dista bastante de ello) desde 1993 a 1997, pero de ahí a hablar el idioma es otro cantar. Me gustaban las clases pero eran esas horas en que veinticuatro delicuentes tiraban abajo el aula por eso no daba intentar aprender un idioma como una ñoña. Claramente, no era mi estilo. Pero eso sí: un centenar de años después de eso, me desvelo y qué mejor que conjugar un verboidecito como para matar el rato.
¡Ay, Dios y la virgen! Sé que soy inofensiva, pero ante la duda voy a evitar comentarle esto a la psicoloca. Temo que me indique una camisa de fuerza y un viaje al loquerito sin escalas. C’ est la vie!