Corría el mes de
marzo cuando una lumbalgia desfachatada me impidió ir a trabajar y me tuvo en
cama un día. Como ya mi cuerpecito venía dando señales de molestias varias, el
día anterior tuve consulta con la reumatóloga que, con mucho criterio, me mandó
a hacerme un espinograma y una radiografía panorámica.
Ya que no había
ido a trabajar, después del mediodía tomé coraje y fui al centro de diagnóstico
por imágenes que queda a unas cinco cuadras de casa. Allí iba yo, despacio y
respirando hondo entre paso y paso para intentar que me doliera menos la
cintura.
Llegué al centro
de diagnóstico, tomé al ascensor y me dirigí a la recepción donde me iban a
realizar los estudios. La persona encargada de este menester administrativo –
un NN masculino él – toma las órdenes, me pide la credencial de la obra social,
que firme en el reverso de la papeleta y toda esa información (que, por otro
lado, nunca entendí para qué diantres la piden) que suelen solicitar.
Tomé asiento y
esperé pacientemente mi turno. Sale una persona de un box, me llama y en menos
de diez minutos el espinograma ya estaba hecho. Me vuelvo a sentar y no había
terminado de sacar el libro que nuevamente escucho mi nombre. Esta vez era
el turno del la radiografía panorámica. Mi pregunta fue ¿panorámica de qué y
para qué? Ya se van a enterar.
Entro al
consultorio, la médica me dice “seguime, María” (ésta también continua creándome
un conflicto de identidad). La sigo obedientemente y me entrega un chaleco para
que me pusiera por sobre mi ropa. Sin embargo, este chaleco no era nada normal.
Digamos, en cuanto a fisonomía sí, pero pesaba una tonelada y media. Mis
lumbares agradecidas… Me coloco el chaleco y me da una especie de forro de
celofán que tengo que colocar en un dispositivo raro. Me dice: “abrí la boca y
apoyá el paladar acá” (mientras señala el aparatejo). Nuevamente, sumisa y
obedientemente, hice lo que me pidió y para mis adentros me preguntaba “¿Para
qué… (complete la frase con el vituperio de su agrado) tengo que hacer una
panorámica de la boca?” No hubo respuesta; tampoco pregunté, a decir verdad, pero el sólo hecho de tomar imágenes de mi boca no era compatible con el dolor lumbar.
La incógnita se
develó casi diez días después cuando volví a consultar a la reumatóloga con
todos los resultados. Miró el espinograma, leyó el informe y me tranquilizó
cuando dijo que estaba todo casi normal. Después analizó una resonancia que me
había hecho en otra oportunidad. Finalmente, tomó la panorámica. ¡Ahhh! Momento
sublime cuando vio todos mis dientecitos… Con cara de mezcla “¿me
estás jodiendo?” y sorpresa me miró y me dijo “¿Y esto qué es?”
Pobrecita, Dolores, con toda la candidez del planeta le dijo “Y ¿qué sé yo? Vos
me mandaste a hacer una panorámica”. La respuesta fue merecedora de un Oscar:
“sí, pero de cadera”.
La verdad me
sentí una ignorante, una despistada por dejarme radiografiar sin controlar, pero en mi defensa quiero aclarar que no leí la orden, que
no era mi obligación leerla y que no trabajo en el Centro de Diagnóstico Rossi como para tener que estar controlando qué y qué no me radiografían.
También en mi
defensa puedo mencionar que el recepcionista no era la persona más lúcida del
planeta. Como si fueran pocos los conflictos con mi nombre, a eso le tenemos
que sumar los embrollos que genera mi apellido. No es que sea ultrahiperarchicomplejo;
en absoluto. Simplemente tiene tres vocales juntas y la gente cuando lo oye
entra en estado de trance y no sabe cómo escribirlo. Por eso cuando me preguntó
mi apellido dije “Seoane” y automáticamente comencé “S-E-O-A-N-E”. Nótese que
la primera letra es la S: S de sandía, de susto, de ¡SALAME! Este NN – Natalia,
Natalia o nabo, nabo – escribió en todas las órdenes Ceoane, con C: C de casa, de
cuco, de corto (y no de estatura sino de mentalidad).
Ya sé: si fuese
más iluminado, estaría dirigiendo el país y no ingresando órdenes en un centro
asistencial, pero cada uno es responsable de su trabajo y de que salga lo mejor
posible sea de la envergadura que sea. A mi hermana le digo (que todavía se
descostilla de la risa cuando se acuerda de la anécdota): yo trabajo en Banco
Galicia; lo que sucede en Rossi no es mi responsabilidad. ¡He dicho!