¿Quién alguna vez no citó esta frase? ¿Quién no fue testigo de personas – cercanas o no – que decían una cosa pero actuaban diferentemente?
Raramente diga A y haga B; soy loca pero consistente: si critico a las personas que fuman, no fumo; si te taladro la cabeza para que te cuides con las comidas o hagas deportes (por citar algunos ejemplos nomás), es porque antes también me cuido yo.
El otro día fue mi prueba de fuego. ¿Alguna vez mencioné lo salvaje que era de pequeña? Sé que algo de esa característica deslicé en algún que otro post. Sin embargo, no creo haber sido lo suficientemente veraz en esa descripción. En serio, gente, era una incorregible, pato criollo, una revolucionaria, una salvaje con todas las letras.
Aunque tenga miles de situaciones que ilustren este rasgo, me voy a atener a contarles que me rompí el tabique de la nariz por subir a donde no debía; me abrí el mentón por correr por donde no debía; me quebré la pierna por meterla en los rayos de la bicicleta, y la infecté por introducir una moneda dentro del yeso, claramente, donde no debía.
Entre otras tantas travesuras, también mi prontuario tiene registro de una cantidad innumerable de vueltas en la calesita de garrón. ¿Y cómo es esto? Muy sencillo: subía a la calesita y empezaba a caminar al revés. De esta manera, el calesitero – Antonio (viejo cascarrabias como pocos) – no advertía de nuestra presencia (sí, yo era el músculo pero había un cerebro detrás de todo este plan macabro – María Victoria Fernández Löbbe, mi mejor amiga) hasta que nos mareábamos y terminábamos girando en el MISMO sentido que la calesita, y ahí nos corría a los gritos por sinvergüenzas. ¡Ahh, qué tiempos aquellos! Nuestra única preocupación era no ser enganchadas en esta travesura inofensiva.
Pero todo eso es historia, c’est fini! Ahora soy una persona adulta, con una niña quilombera dentro, pero adulta y responsable al final de cuentas. Por eso el sábado cuando llegamos con Valen a la misma calesita a la que yo iba, no me quedó más remedio que predicar con el ejemplo. Las condiciones estaban todas dadas. Por una lado, ahora me pregunto si no habría una cámara oculta para controlarme porque, ahora que lo pienso, fuimos Valen y yo solas. Alguien – entiéndase mi hermana o algún ser superior – podría estar tentándome para ver cómo actuaba y qué ejemplo daba. Por otro lado, es sabido que todos adooooraaannnn a la chiquita pero nadie se fuma los temas bajón de Xuxa si para eso está Dolito.
No obstante, prediqué y cómo con el ejemplo. Llegamos a la calesita y estaba meta dar vueltas con un niñito con cara de dopado sentado en los mismísimos carritos, caballitos y helicóptero de aquella época, pero la persona encargada no estaba a la vista. Me asomé al bunker de ventas y nada. Pensé “la subo a Pupu y después abono la vuelta”, pero me acobardé. ¿Y si la calesitera me retaba? ¿Y si no me creía que le iba a pagar? ¿Y si conocía mi prontuario de garronera de vueltas en calesita? Porque al fin de cuentas, esta señora es la viuda de Antonio y, tal vez, en alguna cena entre bocado y bocado dejaba deslizar su enojo con Vicky y con quien les escribe. Es por eso, que no me podía arriesgar y no lo hice. Estaba mi pequeña de por medio, mi reputación como tía y adulta responsable, y el concepto que ella tiene de mi en juego. Costó pero lo logré. La tentación fue grande, el deseo de vivir la adrenalina de subir gratis a la calesita fue una tentación que pude resistir. Eso sí: la presión fue casi insostenible. No sólo tengo la presión de la fama como la Mirtha sino que ahora también tengo la presión moral ante una blanca palomita en pleno desarrollo.