Este post es para ustedes; sí, ustedes, padres con hijos en edad escolar. Especialmente, aquellos que concurren todavía al jardín de infantes o los primeros años de la primaria. A ustedes, les tengo una pregunta: ¿quién no ha leído una nota en el cuaderno de comunicaciones encabezada con el tan temible “Queridos papis”? ¿Quién no ha abierto el bendito cuaderno rojo un jueves o domingo a las 21.30 y se ha encontrado con un pedido estrafalario? Sí, todos han pasado por eso y, si todavía están invictos, ya van a caer.
Esas notitas, esos pedidos son geniales. Con ese “Queridos papis” sabés que te van a cagar la vida – o la noche – en cien pedazos. ¿Y por qué? Porque esos elementos que solicitan indefectiblemente no se encuentran ni en la librería de debajo de tu casa, ni en Easy (en el supuesto caso de que contaras con tiempo de sobra), ni en el corralón de materiales más cercano. No, no. La vida no es tan generosa. Para cumplir con las “seños”, la tenés que remar. Y ¿por qué no son fáciles de encontrar? Básicamente, porque son cosas de uso no convencional. Como ser: una cartulina violeta de 85 x 93,5 con lunares magenta y blanco; un cuaderno Rivadavia forrado de papel araña rosa viejo con renglones de 2,88 cm (¿dónde carajo se vieron cuadernos con este tamaño de renglones?), y así otras tantas.
Ahí empieza a funcionar una red solidaria entre prim@s, tí@s, abuel@s y vecin@s para que tu hij@ cumpla con las muy desgraciadas y que éstas no lo odien por ser el único infeliz que no llevó el elemento en cuestión.
Todavía recuerdo esos pedidos de mi época escolar. No sólo era la infeliz que las maestras odiaban – mi vieja SIEMPRE cazaba el bendito cuaderno a las 21.30 – sino que me la tenía que fumar puteando a los diez mil demonios, a las maestras, a Marengo y a toda la comunidad docente de mi colegio por pedir ese tipo de cosas inexistentes.
Una vez superada las puteadas de mi vieja, pensé que la vida volvía a ser justa; mas no. En la adolescencia me fumaba, pero por teléfono, a mi tía. La situación era inmejorable: vivían en Martínez, tenía tres delincuentes por hijos entonces no sólo te fumabas las puteadas sino que terminabas de hablar por teléfono con perforación del oído medio e interno después de que cagara a pedos a sus retoños sin apartar el tubo de tu oído.
Y luego llegó mi turno como la desgraciada, la cerda comunista que les iba a cagar la vida a los padres. Sufrí por no llevar lo que pedían, afronté el odio de mis maestras a pura garra, me banqué las puteadas de madre y tía, superé sorderas importantes y me decidí por la docencia.
Sin embargo, juré por Alá y todos los dioses que – como no iba a tener escapatoria – al menos cada vez que tuviéramos que hacer algún totoreto por el Día del Padre, Día de la Madre o de Empleada Doméstica, al menos ese adminículo iba a cumplir una función. Me negaba a invertir tiempo, dinero (de los padres) y salud mental (mía, al manejar a 26 demonios de 6 años) en hacer una cagada que quedara en el olvido en la cocina o la mesita de luz de los progenitores hasta que el pibe se olvidara y la niñera lo tirara sin piedad a la mierda.
Me propuse fervientemente reivindicar al totoreto. ¡Sí! Levantémonos en pos del totoreto. Hágamos pendorchadas de este tipo, pero que sirvan para algo. Así fue como mis alumnos y yo hicimos muchas buenas y útiles cosas: un posavasos para papá a partir de un CD viejo y una foto; señalador de libro para mamá; imanes con porcelana fría o Goma Eva y una foto de mamá. Siempre creaba yo misma mi propio totoreto y después lo hacía con mis alumnos. Así fue que mamá y papá tuvieron regalos modestos y hechos a mano mejores que los que les hacía cuando era chica.
Me acuerdo que me hicieron hacerle a mamá un florero que era la cagada hecha objeto. Una tapa de shampoo, plastilina y flores secas. Utilidad: cero; estética: 1 (capaz que mi vieja había comprado las flores más pedorras, ponele); acumulador de mugre: 10. Eso sí, la vieja era una rata de puerto pero juro que tuvo esa mierda arriba de su mesa de luz por no menos de diez años.
Reconozco que desde que yo fui al colegio hasta que fui maestra pasaron muchos años, internet entró en nuestras vidas para cambiarla de maneras impensadas. Muchas, sino todas mis ideas, salieron de esta maravillosa red. Sin embargo, creo que en el siglo pasado también se podrían haber hecho regalos con cierta utilidad. Un poco de imaginación hubiese bastado para crear un adminículo útil y pasar una utilísima tarde.