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martes, 18 de octubre de 2011

Al César, lo que es del César…

Como es de público conocimiento, existen dos formas de comunicación: la oral y la escrita. De la misma manera, existen diferentes tipos de personas y, con ellas, gente que se siente más a gusto expresando sus opiniones, creencias y sentimientos por medio de la vía oral, y otras tantas por medio de la escrita. En mi caso en particular, lo mío es la escritura. ¡Sin dudas!
No por nada decidí empezar a escribir un blog y no a transmitir un programa de radio. Esta debilidad no sólo se la puede apreciar en mis ratos de ocio. No, no; también estaba muy marcada en mis años de facultad, allá no tan lejos ni hace tanto tiempo. Desde mis comienzos en el mundo universitario que esta fobia hacia la expresión oral fue muy contundente y me generó más de un dolor de cabeza.
Dado que comencé estudiando Traductorado de inglés y terminé por recibirme de Profesora de inglés, el 70 sino el 80% de los exámenes eran primero escritos, después orales. La primera instancia la pasaba bien, sin mayores contratiempos; incluso con buenas notas. La debacle venía en el examen oral. En ese punto, todo mi conocimiento se esfumaba de mis neuronas como por arte de magia: perdía la motricidad en la lengua, no podía hilar dos palabras juntas mucho menos formar una oración sintácticamente decente, y cometía errores impensados. Para colaborar con el oscuro panorama, siempre llegaba a tener que rendir estos exámenes cuando la materia se estaba por vencer o cuando ya tenía dos orales previos desaprobados. Y todos sabemos que en el mundo universitario sólo se pueden reprobar hasta tres veces. Luego, recursada sin escalas.
Contrariamente, mis trabajos y exámenes escritos eran una joya. Varias profesoras, muchas de ellas muy reconocidas dentro del ambiente, han llegado a felicitarme por mis redacciones – tanto en castellano como en inglés – y por mis inmejorables parciales y finales…escritos, siempre escritos.
Cabe recalcar que alguna que otra vez – en situaciones extremas como las descriptas anteriormente – también recibí las felicitaciones de mis profesoras ante un maravilloso examen oral, pero eso tenía otro precio y otro esfuerzo.
La fobia se continuó en el ámbito docente cuando me obligaban a tomar orales a pequeños inocentes de primer grado, que apenas podían balbucear en una lengua extranjera, y en el ámbito empresarial. Después de unos años en la docencia, decidí que mi paciencia había llegado al máximo tolerable de…los padres. Sí, a los niños les tengo toneladas de paciencia pero ya a los padres no. Entonces decidí incursionar en el mundo empresarial, mega empresas, mucha globalización, el mail, el chat y…el teléfono. ¿Por qué? ¿Por qué? es la pregunta. ¿Para qué? Si para eso tenemos todas esas otras herramientas que tan solo requieren de un teclado y la habilidad de poder tipear el mensaje deseado.
Estoy empezando a creer que es para molestar a la pobre víctima que sufre cuando le piden que haga un llamado, que valide tal o cual cosa por teléfono, que capture la llamada entrante en el maldito y sonoro artefacto del compañero cuando éste está fuera de su puesto de trabajo. Esa clase de persona, o victimario, es Marina Sánchez, mi jefa. La adoro, lo garantizo pero la odio todas y cada una de las veces que me obliga a enfrentarme con el susodicho. Repito: ¿para qué? Si yo por mail me siento más segura; como pez en el agua. Tengo una buena redacción, no cometo errores ni de tipeo ni de ortografía y hasta soy sumamente amable porque siempre termino mis mails con un simpático “qué tengas un buen día” o “qué tengas una buena tarde”. Cosa que por teléfono no puedo garantizarlo.
Me he dado cuenta de que el teléfono me estresa, me pone de mal humor, me lleva a mi zona de “no comodidad”. No me gusta, no lo tolero, no me cae bien. Por eso creo que como dijera nuestro Señor Jesucristo “al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios”. En términos corrientes y paganos: déjenme proceder cómo yo me sienta más cómoda. Lo que interesa es que haga, valide o informe. No importa el cómo; simplemente importa el qué. 

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